Era un sábado por la noche, caía una tímida llovizna por la zona roja de la capital.
Buscaba una mujer que me complaciese con su cuerpo, entré a varios lugares buscando esa persona que satisfaciera todos mis caprichos. Una tras otra, preguntaba que se dejaba hacer, pero ninguna me ofrecia lo que deseaba con ansia animal. Hermosos cuerpos y rostros se presentaban ante mi, lamentablemente, a pesar de estar tan cerca, mis fantasías los colocaban fuera de mi alcance.

Ya un poco desilusionado, me dirigí a un lugar bastante concurrido, y vi una mujer, de rostro normal, nada especial, pero moviéndose con lujuria y deseo, su traje ceñido al cuerpo lo hacia ver provocativo. Pasó por mi lado, ignorándome, pero la llamé, se me acerco y su piel despedía un aroma sexual que despertó mi hombría, mi ser salvaje. Tomo mi mano y comenzó a acariciarce su intimidad, pude sentir su piel tibia y una ropa interior que subió la temperatura al máximo, sus movimientos me hicieron llegar a un climax mental.

Le sugerí lo que to deseaba hacer, y amablemente, con una sonrisa sensual, aceptó mis peticiones. Subimos y empezó una danza erótica, llena de feminidad, pedía ser satisfecha, pedía lo que un hombre debe darle a una mujer. Jugueteó con sus traviesas manos, sus dedos penetraron delicadamente sus partes íntimas para luego saborear su escencia de mujer. Luego, colocó en esa zona que desean muchos y aborrecen varios, un envase, mientras me pedía que la hiciera mujer, que le diese placer.

Con propiedad, tomó mi miembro y empezó a consentirlo con sus labios, sus dientes me hacían cosquillas y su lengua lo llenaba del nectar de su boca, y muy complaciente, abrió sus piernas, mostrándome todo su ser. Llevé mi masculinidad dentro de ella, se mecía sensualmente, pero de manera ardiente gemía y sus músculos se contraían, sus dedos entraron en esa zona prohibida, mientras sus gluteos firmes se fundían con mis manos.

Al final, me pidió que le diera a saborear los líquidos de mi virilidad, su boca sensual se puso en frente de mi parte fálica, mientras ésta hacía brotar los fluidos, su lengua disfrutaba de este festival de perversión y salvajismo. Fue una noche de desfogue y lujuria.