El pastuso nuevo rico asiste a una fiesta de la más educada aristocrata europea.
Champaña, maravillosos caviares, orquesta de cámara que desgrana adecuado barroco. Ambiente calmo, relajado.
El pastuso participa de una charla (en realidad escucha) muy apacible. De pronto, a una joven se le escapa una ventosidad pequeña pero claramente registrada por todos los presentes.
Con gran sentido de la oportunidad, un caballero sentado a su lado dijo:
- ¡Señores, lo siento! Algo me ha caído mal. Me retiro.
El pastuso quedó deslumbrado por aquel caballero. Por su elegancia, por su valentía al hacerse cargo de la situación y de una culpa que no le pertenecía. Inmediatamente pensó que si algún día se le presentaba la oportunidad haría algo similar. Sin duda, una actitud como ésa le valdría e reconocimiento de todos.
No tuvo que esperar mucho. A los quince minutos, una señora bastante obesa, al ponerse de pie, despidió un gas mucho más evidente y sonoro que el de la jovencita anterior.
El pastuso, en fulminante reacción, gritó:
- ¡Señores, tranquilos! ¡Que el pedo de esa vieja corre por mi cuenta!