Resulta que había una aglomeración en el bar mas distinguido de todo Pasto. Todos rodeaban la mesa donde se sentaba el popular pastuso Rodríguez y a su vez escuchaban atentamente todas las supuestas hazañas amorosas que según él había vivido de tantos y tantos viajes que hacía y seguía haciendo por el mundo.
Diógenes, Uno de los pastusos más inteligentes y allí entremezclados en la multitud, no creía una sola palabra de lo que Rodríguez decía, así que decidió interrogarlo.
- Pues bien, mi estimado Rodríguez, así que usted ha viajado por todo el mundo, ¿verdad?
- Claro, tonto, que pensabas.
- Y has conocido y poseído a las mejores mujeres de todas las razas y países, ¿cierto?
- Por supuesto, estúpido.
- Uhmm, ya veo. Y dígame señor Rodríguez, ¿cómo están las teutonas?
- Las teutonas, pues... es que... ¿quiénes son las teutonas?
- ¡Pues las alemanas, hermano, las alemanas!
- Ah, claro, todas unas damas, muy refinadas y bellas, y esa piel de leche, ¡riquísima!
- Bueno, ahora dígame, ¿qué tal están las galas?
- Las galas… pues verá... es que… la verdad... ¿quiénes son las galas?
- Pues las francesas, ¡Rodríguez!, las francesas.
- Ah, pero por supuesto, un olor a perfume extraordinario, en la cama son de lo mejor, aunque algo difíciles de conquistar, pero igual, excelentes mujeres.
- Y ahora, coménteme, señor Rodríguez ¿qué tal están las charrúas?
- Charrúas, charrúas, pues… ¿Quiénes son las charrúas?
- ¡Pues hombre! Las uruguayas, señor, las uruguayas.
- Ah si, ya las recuerdo, son muy latinas, exuberantes, un gran orgasmo, la verdad.
- Ya veo, ¿y qué tal están las pirámides?
- ¡AH, NO! ¡MUY PUTAS DON DIÓGENES, MUY PUTAS ESAS VIEJAS!