Discúlpeme si me atrevo a juzgarlo,
no juzgo su conducta y mucho menos sus pensamientos,
pero no puedo evitar recordar lo bueno que ha sido.
Si profesaron un futuro perdido, que Dios se digne a pagarle,
como mínima ofrenda con oro, por que déjeme decirle,
que usted es el hombre más valiente.
Y que dejen de respirar los hombres,
que el mar pierda su humedad,
que el cielo opaque su dulce azul,
que en la lluvia caiga fuego,
que las risas sean lágrimas, y que pierda yo mi único don;
pero todo aquel que honre una buena acción en esta tierra,
con buena mano se le ha de pagar,
por que cada uno, todos y cada uno de los que habitamos esta putrefacta bola de mierda,
no tenemos nada más y nada menos que lo que merecemos.
Discúlpeme de nuevo por dirigirme a usted con irreverencia absoluta,
pero no puedo negarle que jamás ignoro y nunca lo haré,
ese par de alas que carga usted a su espalda.
Han de ser un regalo de los dioses del Olimpo en vista de su enorme nobleza,
o un detalle de las diosas que detrás de ellos juegan con su vida sexual,
un regalo de ninfas por el poder de fácil enamorar.
Si le pesan eso es poco,
su tamaño revela la magnitud del honor de quien las porta,
y discúlpeme otra vez, pero no sabe usted cuanto lo envidio,
por que si su corazón es del color de sus alas,
¿cómo se llama lo que corre por sus venas?