Cualquier analista de la política sabe bien que, cuando se estudia el arte de la guerra, se aprende, también, el arte de la política -y viceversa-. No es por casualidad que los grandes de un arte lo fueron del otro: Alejandro, Julio César, Napoleón, Bolívar arribaron a la cumbre política a través de la guerra. Y dos hombres que nunca blandieron un sable, Lincoln y Churchill, dirigieron magistralmente grandes batallas militares en su condición de conductores políticos.
La literatura militar alimenta la literatura política. El fundador de la moderna ciencia política, Maquiavelo, extrajo sus principales enseñanzas sobre el poder y los caminos para obtenerlo, sostenerlo o perderlo, básicamente de las experiencias guerreras. Su última obra es un manualito que lleva el mismo título de la del maestro chino Sun Tzu: El arte de la guerra. Hoy, Sun Tzu y Maquiavelo están vertidos a manuales sobre gerencia empresarial, así como son los principales inspiradores de los modernos estrategas políticos, unos que, tras bambalinas, previo pago de suculentos honorarios, guían y conducen a ciertas agrupaciones electorales cuando ellas carecen de estratega y líder natural.
En Colombia estamos ya en guerra, es decir, en campaña. Dos grandes formaciones ocupan el terreno: el uribismo, guiado por un mariscal de campo imbatible, vencedor de todas las batallas; y el antiuribismo, acéfalo, reunido alrededor de una pasión: el odio; y de una palabra que es, más bien, un simple prefijo: anti. La primera formación tiene un estratega cuya fuerza es la unión con su pueblo; la segunda funda su esperanza en la división nacional y la prédica de la lucha de clases; la primera tiene un líder arrasador: franco, claro, sin ambages; la segunda es una formación de políticos sin pueblo, frecuentados por viudas del poder, contratistas angurrientos y tramadores profesionales de infamias y calumnias.
La esperanza de la formación minoritaria, el antiuribismo, es minar la confianza del pueblo en Uribe. Su arma: la calumnia en varios frentes (ahora la tomaron con los hijos del contendor). Su instrumento: la repetición de sus vituperaciones en toda emisora, periódico, canal, coctel, mesa de restaurante o café, silla de avión o bus.
El espectro antiuribista va desde: 1) un partido histórico que parece dirigido por un computador desconfigurado, con siete decimales o precandidatos presidenciales que, juntos, no suman un entero. 2) un partido que confirma que a la izquierda lo único que la reúne son sus diferencias sectarias. 3) unos kamikazes del terrorismo colados en el debate democrático (combinación de formas de lucha), diestros en Internet, desde donde esparcen las consignas y tópicos del computador de 'Reyes', que ya lograron hacer trasbordo a las naves insignia de la formación antiuribista (repasar, para comprobarlo, las críticas del senador Petro a su propio partido por enarbolar esas consignas, y los artículos que solía publicar el IPL y que no se los hubiera regateado 'Marulanda').
En cambio, la formación uribista tiene un cuerpo de doctrina sólido, pero no puede llenarse de triunfalismo. Inmensos ejércitos fueron derrotados, no por el enemigo, sino por las luchas intestinas o, en este caso, el empeño de ganar una mezquina tajadita en las encuestas -aún efímeras-.
Tenemos un líder natural que nos garantiza ser la formación política mayoritaria en Colombia. Mantener la unidad del Estado mayor, su emulación fraterna, es la tarea titánica que ha acometido Luis Carlos Restrepo, asesorado por el Centro de Pensamiento Primero Colombia. Hoy se presentan en sociedad con el Taller de formación de cuadros para los partidos de la coalición uribista. Recordemos a Franklin: hay que caminar juntos, porque quisieran ahorcarnos por separado.