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Antiguo 12-02-2009 , 14:34:50   #26
SKYRIDER
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Predeterminado Medellin lo" mejor de lo mejor"

Sicarios en Medellín
Conviviendo con la muerte

“Yo estaba detrás de un muro, a sus espaldas, asomé la cabeza y de puro susto le metí los seis tiros del tambor. El hombre quedó frito de una. Eso fue duro, pa’que le miento, fue muy duro. Estuve quince días que no podía comer porque veía el muerto hasta en la sopa¼ pero después fue fácil. Uno aprende a matar sin que eso le moleste el sueño”.

Toño. Sicario


Pascual Serrano
Lo primero que a uno le llama la atención cuando el autobús en el que viaja se acerca a Medellín, son esas laderas de suburbios que cubren hasta el último centímetro de los montes que rodean la ciudad. Son las comunidades norientales de la ciudad más violenta del mundo. Esos barrios han nutrido durante años los ejércitos de sicarios -niños asesinos a sueldo- del tristemente popular cartel de Medellín. El 2 de diciembre hará tres años que caería abatido por la policía el más conocido jefe de este cartel, Pablo Escobar Gaviria. Con él toda una generación de jóvenes, apenas niños, de los barrios de invasión de Medellín se convertieron en asesinos a sueldo. Perfectamente armados, subidos por parejas en rápidas motocicletas, con un sistema policial y judicial abonado a la corrupción y con un cartel de narcotraficantes dispuesto a pagar bien, Medellín entraría irremediablemente en la historia como la ciudad más violenta del mundo. “Durante el periodo de 1988 a 1994 todos los días había balasera”, comenta César Giraldo, el joven párroco de la iglesia de San José, en el barrio de Aranjuez, dentro la comunidad noriental de Santa Cruz. “Llega un momento en que los “pelaos” (1) matan por matar, el sicariato surge ante la injusticia social pero también bajo la cultura del consumismo. Esos jóvenes lo quieren tener todo fácilmente. Fueron consiguiendo buenas motocicletas y con ellas, ostentación y mujeres lindas”. La cultura del asesinato a sueldo en Medellín es, sin ninguna duda, el resultado de tres circunstancias que confluyeron al final de la década de los ochenta: una juventud frustrada y con poco poder adquisitivo, una cultura del consumismo y la ostentación vigente en el modo de vida occidental, y la demanda de unos carteles de la droga, que necesitan eliminar a todas las personas que se interpongan en su carrera hacia el control del mercado de la cocaína y que están dispuestos a pagar bien por los servicios de los sicarios. Si a ello le añadimos la disponibilidad de armamento sofisticado y la corrupción del ******o policial y judicial en Medellín se crearía una “cultura” sin precedentes. Todavía hoy no hay noche en Medellín que no se escuchen disparos. El fin de semana en que se recogieron estos testimonios 52 personas perdieron la vida por arma de fuego en esta ciudad de 1.200.000 habitantes, el tamaño de la ciudad de Valencia.
Irma es una mujer que ha vivido de cerca las organizaciones de sicarios y su modo de funcionar, su hermano William fue un líder de una banda de sicarios que murió en abril tiroteado por sus propios lugartenientes cuando iba a firmar la paz con una banda rival.
Desde hace veinte años vive en un barrio de invasión de la comunidad nororiental de Medellín. “William y sus amigos trabajaban en la talla de la madera, no ganaban mucho. Ya en mi familia faltaba mi papá que nos había dejado, después, discutimos con mi mamá y nos fuimos a vivir los hermanos juntos. En todo ésto le involucró un señor del trabajo al que le debía una deuda, allá por 1981. Él le dejó el arma y le propuso matar al deudor. Yo no me enteré, pero un día reconocieron que tenían pistolas y que les buscaban, por lo que nos tuvimos que ir. Al final yo acabé siendo testigo de cómo arreglaban las cosas y planificaban sus actos”. Irma nos cuenta cómo se cerraban los tratos: “Un día un hombre vino a decir que un señor había violado a su niña, le pagó a mi hermano y, sin más, William fué hacia el tipo y le disparó, lo mató y siguió como si nada. No le afectaba en absoluto”. La hermana de William nos sigue explicando los métodos del grupo de su hermano: “Los contratistas nos daban una foto y nos cancelaban (pagaban) primero. Si alguno de ellos no pagaba, lo mataban también. Incluso iban al velatorio para comprobar que había muerto el adecuado. Yo estaba siempre informada de sus actuaciones porque les tenía que lavar la ropa manchada de sangre”.
Cuando William hizo su primer “trabajo” contaba con trece años. Su vida de sicario fue una de las más largas, duró hasta los veintiocho años. La mayoría suelen ser abatidos a los pocos años por una banda enemiga, otro sicario o la policía. El rito de iniciación no puede ser más escalofriante, “en una ocasión -relata el sacerdote César Giraldo-, dos amigos solicitaron integrarse a una banda de sicarios, le obligaron a uno de ellos a matar al otro para poder ser aceptado”. “En otras ocasiones -continúa Giraldo- les piden, por ejemplo, que maten al primer hombre que pase con una camiseta amarilla”.
A la violencia de las bandas de sicarios hay que añadir las milicias de los grupos guerrilleros de las FARC y el ELN. Para enfrentarse a ellas el gobierno de Antioquia -departamento al que pertenece Medellín-, con el apoyo de la Iglesia Católica, creo milicias de autodefensa denominadas Cooperativas de Seguridad. A quienes se incorporaron, unos doscientos, se les pagaron 152.000 pesos mensuales (unas veinte mil pesetas) y les proporcionaron armas. Con esta decisión se ha generado más violencia. “La Iglesia y el gobierno hicieron el papel del idiota útil ya que los milicianos consiguieron dinero y armas al pasar a ser reconocidos como reinsertados”, señala César Giraldo. La idea de las Cooperativas de Seguridad procede del ex ministro de Defensa Fernando Botero, hijo del conocido escultor, ahora en prisión por haber financiado su campaña electoral con dinero del cartel de Cali.

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