Un juglar inmortal
Tras semanas de repetidas entradas a la clínica, El Espectador rinde un homenaje al maestro del vallenato Rafael Escalona, animándolo para que su canto no cese.
Patillal, El Molino, Valledupar y el Loperena, Santa Marta y el Liceo, el general Dangond y la vieja Sara, Juana Arias y el Tite Socarrás, tal vez, las generaciones venideras se preguntarán si estas personas y lugares de una alejada provincia de Colombia realmente existieron.
Rafael Escalona, con ese don para transformar lo más cotidiano en leyenda, los convirtió en mágicos personajes de cantos que hoy se entonan en todo el mundo. Si alguien quisiera reconstruir la historia de la provincia de Padilla, de la región del valle del río Cesar (que incluye Valledupar y sus ciudades aledañas), las canciones de este autor vallenato serían los primeros documentos para reconstruir décadas de una región que, entre canciones y novelas, pasó del territorio colombiano al mapa de la literatura y el ensueño.
Nacido en 1927, en el seno de una familia tradicional en Patillal, Rafael Calixto Escalona mostró desde muy temprano ese talento para inmortalizar anécdotas de su vida. Como escribió Consuelo Araújo Noguera en la más completa biografía que se hubiera hecho del maestro Escalona, la mayor de las hermanas Escalona, Justa Matilde, recuerda que los primeros versos datan de sus 12 años.
No había cumplido la mayoría de edad cuando compuso varios de los cantos más famosos de su obra El Testamento y El hambre del Liceo, en los que narra su vida de estudiante en una Valledupar que no tenía un bachillerato para que los muchachos pudieran graduarse. Era entonces costumbre que viajaran hasta Santa Marta, la capital del departamento, a terminar los estudios.
A lo largo de su vida, tarareando y escribiendo en papelitos, pues nunca ha interpretado ningún instrumento, Escalona compuso más de 100 cantos. En la década del 60, entre él, su comadre Consuelo Araújo y el entonces gobernador del Cesar Alfonso López Michelsen, crearon el Festival de la Leyenda Vallenata.
Hoy cuando padece fuertes quebrantos de salud se le recuerda y se le rinde homenaje, porque su imagen es la del vallenato tradicional y su nombre, inmortalizado no sólo por su obra, sino por el Nobel Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, es sinónimo de tradición, de antaño y de música universal. Como lo escribió Araújo Noguera en El hombre y el mito, Escalona es: “El que soporta impasible el paso del tiempo y los embates de la gigantesca ola de nuevos compositores, porque está sereno y afianzado en la rotundidad de su magnífica obra musical y el que, en fin, no necesita hacer más nada de lo ya hecho para permanecer en la cumbre del vallenato, a donde solamente él ha llegado”.