En este barco, Blas Gaviria González, conocido como el 'Jefe Blacho', le dio dos veces la vuelta al mundo y conoció 105 puertos en 57 países.
La esposa de 'Jefe Blacho', la monteriana Miryam Orozco, tiene mucho de razón cuando le dice a su marido, mitad en serio mitad en broma, que lo único que le falta a su casa para ser un buque, es el mar.
Desde que se pisa la residencia del viejo marinero, en el barrio Alto Bosque de Cartagena, se siente el ambiente naval. Un tapete hecho con cabuyas de amarre en los barcos da la bienvenida. A unos cuantos pasos aparece un timón de madera que el marinero compró en Cuba, y debajo de este unas vainillas gigantes de cañón de guerra sirven de guardia a la mesa marinera que le regalaron el día que le dijo adiós a la embarcación a la que dedicó 23 años.
"Esa mesa solo se la regalan a los capitanes cuando cumplen su ciclo en el velero", dice con orgullo 'Jefe Blacho'. Ahí es donde guarda con llave las 7 condecoraciones que ganó en sus 40 años en la Armada.
Réplicas de barcos y veleros andan desperdigadas por los rincones de su vivienda. "Esta casa es casi un barco, incluso, a veces hasta me mareo, por eso me ha tocado regalar muchas cosas a los parientes", dice otra vez la esposa de 'Jefe Blacho'.
Padre de cuatro hijos, Blas Gaviria González, 'Jefe Blacho', no aparenta los 60 años que tiene. El 20 de enero de 1977, luego de ser reconocido como el mejor tripulante de la unidad de guerra ARC Caldas (el viejo, aclara), fue llamado como instructor del Gloria, un sueño que tuvo desde el día en que entró a la Armada, 13 años atrás.
Fue tanta la pasión que le puso al buque que tenían que sacarlo por orden superior a vacaciones.
Tampoco olvida que hubo un episodio oscuro, el de la coca puesta por un compañero suyo, pero de eso prefiere no hablar.
El primer viaje que hizo con el Gloria fue al mar Mediterráneo.
Recuerda también con emoción el viaje de seis meses de 1992, en plenos festejos de los 500 años del Descubrimiento de América.
"El capitán era el hoy almirante Mauricio Soto. Cuando llegábamos a cualquier puerto éramos acompañados por una calle de honor de varios veleros, y a lo lejos escuchábamos música colombiana".
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