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Antiguo 24-07-2008 , 22:05:16   #2
~~Şςσŕp¡ŏη~~
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Predeterminado

mbas mujeres escribieron, tres meses después y por separado, sendos relatos completos de lo sucedido. Este lapso de tiempo fue uno de los factores que provocaron el escepticismo, de comentaristas posteriores: los recuerdos de un suceso, registrados al cabo de tres meses, eran menos exactos que si se redactaban de forma inmediata. Las maestras eran pues, sospechosas de «reconstrucción imaginativa».
Sin embargo, existían leyendas relacionadas con el Trianón que apoyaban su versión. Una amiga parisina de la señorita Jourdain le contó que gente de Versalles había visto a María Antonieta, un día de agosto, sentada en los jardines del Pequeño Trianón, con un vestido rosa y un gran sombrero de paja. El lugar, en su conjunto -las personas presentes y el tipo de diversiones- parecía, según dijo esta amiga, una reproducción exacta del fatídico 10 de agosto de 1792, día del saqueo de las Tullerías, de la fuga de la familia real a París y del encarcelamiento del rey y la reina en el Temple. Las dos señoritas se preguntaron si se habrían topado con algún recuerdo de la reina, proyectado por ella sobre el Trianón o retenido por el propio lugar. Desconcertadas por lo que habían encontrado, decidieron comparar los detalles de su experiencia con los hechos, y regresaron a Versalles.
Un Círculo De Influencia
Plano de parte del camino recorrido por las dos maestras inglesas durante su paseo del 10 de agosto de 1901, en las inmediaciones del «hameau». El esquema constituye un sector ampliado de un mapa dibujado por Richard Mique, arquitecto paisajista y jardinero de María Antonieta. La señorita Jourdain volvió sola al Trianón en enero del año siguiente, y de nuevo sintió una cualidad alucinatoria en el lugar, derivada en parte de la atmósfera y en parte de lo sucedido anteriormente. Algunos detalles eran diferentes: el kiosco, por ejemplo, no parecía ser el mismo edificio, y al comienzo no sintió nada extraño. Sólo cuando atravesó el puente que conduce al Hameau (Aldea), donde la reina María Antonieta y sus amigos jugaban a los campesinos, sintió como si hubiese atravesado una línea, como si hubiese entrado en un círculo de influencia. Vio un carro que estaba siendo cargado de leña por dos peones que llevaban túnicas y capas con capucha. Volvió un momento la cabeza hacia el Hameau, y cuando miró nuevamente los dos hombres y el carro habían desaparecido.
Hubo otros incidentes: la visión de un hombre embozado moviéndose entre los árboles, el crujido de vestidos de seda, la sensación de estar rodeada por una multitud de seres invisibles, el sonido de una banda distante tocando música ligera; pero ninguna de esas sensaciones era comparable a los hechos de agosto de 1901.
Las dos amigas volvieron varias veces a Versalles, pero nunca revivieron su primera experiencia. Por el contrario, descubrieron que la disposición del jardín había cambiado mucho desde su primera visita. Algunos bosques habían desaparecido; ciertos senderos también; había edificios alterados; el kiosco había desparecido; el barranco, el puente y la cascada también. El Trianón del siglo XX tenía muy poca relación con el que habían visto la primera vez. Desconcertadas e intrigadas, las dos maestras emprendieron una investigación de la historia del Trianón de la reina María Antonieta.
Hay que tener en cuenta lo poco que se sabía en esa época de las experiencias retrocognitivas a gran escala. Como esta aventura fue especialmente compleja, la explicación más simple parecía ser que habían tenido una alucinación, que sus recuerdos eran inexactos o que estaban «adornando» su experiencia; también se habló mucho de que ninguna de las dos mujeres se apercibió en aquel momento de que estaba viendo cosas que no existían.
Las dos maestras se sentían lo suficientemente convencidas de la rareza de su experiencia como para querer comprobar los hechos, ya que en los años siguientes se tomaron el trabajo de investigar los detalles de la estructura original del Trianón, la disposición primitiva de los jardines y el nombre de su responsable, la clase de trabajadores que podía emplear la reina allí y los uniformes que podrían haber llevado. A la luz de los resultados, el sarcasmo de un periodista que dijo que habían visto a gente real en 1901, con ropas de 1901, no se sostiene. Los uniformes gris-verde y los tricornios no correspondían a funcionarios del Trianón de 1901, ya que «el verde era el color de la librea real, y ahora nadie lo lleva», según los resultados de la investigación de Moberley y Jourdain, publicada en las últimas ediciones de su libro An adventure (Una aventura). Las apariciones, ¿pudieron ser una mascarada?; la música fantasmal, ¿la de una orquesta real que tocaba fuera de la vista? Quizá, pero, ¿por qué había máscaras corriendo por bosques inexistentes y senderos desaparecidos en un cálido día de agosto de 1901? Se podrá objetar que Moberley y Jourdain se paseaban por ese mismo paisaje en ese momento, pero no corrían, ni iban disfrazadas. En cuanto a la música que oyó la señorita Jourdain en 1902, descubrió inmediatamente que ninguna banda había estado tocando esa tarde.
Una Ocurrencia Tardía
Proyecto para el trazado de los futuros jardines del Pequeño Trianón, realizado en 1774 por el jardinero jefe Antoine Richard. El círculo marca un kiosco de estilo achinado, parecido al que vieron las maestras, pero no existen pruebas de que llegara a ser construido alguna vez. El kiosco que vieron se parecía algo a uno que había figurado en los planos originales del Trianón como una ruine -o sea, una locura decorativa-, pero no es seguro que fuera construido alguna vez. De hecho, el kiosco fue una fuente de dificultades para las dos maestras en sus esfuerzos por identificarlo con algún rasgo original del Trianón; vacilaron y modificaron sus opiniones. Les parecía que «tenía algo de chino». Un crítico francés, Léon Rey, que escribía en la Revue de Paris, lo identificó con un edificio llamado Jeu de Bague, que era de estilo vagamente oriental. Pero las dos inglesas no estuvieron de acuerdo y señalaron las discrepancias entre el kiosco del 10 de agosto -que, después de todo, ellas habían visto y Rey no- y el Jeu de Bague. Su referencia a «algo de chino» no fue hecha hasta 1909, lo que sugiere una ocurrencia tardía. Sin embargo existen datos de que, en 1774, el jardinero jefe de María Antonieta, Antoine Richard, había planeado la construcción de un kiosco pequeño, del tipo del que las dos maestras creyeron ver en 1901.
A medida que uno examina los «hechos» narrados por Moberley y Jourdain, y las acusaciones y contraacusaciones que se les hicieron a lo largo de los años (hasta los años cincuenta), su relato y su interpretación se vuelven cada vez más confusos. El hombre moreno que inspiró tanta aversión a las maestras fue «identificado» como el conde de Vaudreuil, quien desempeñó un siniestro papel en los últimos meses del reinado de María Antonieta, aunque otro crítico sugirió que la figura podía haber sido el anciano Luis XV. Apenas existe un detalle en la narración de las dos mujeres que después no haya sido contradicho o discutido por otra explicación, aún más improbable, de lo que habían visto originalmente.
Resultaría pesado reconstruir los pasos de las investigaciones que Moberley y Jourdain realizaron a lo largo de varios años, o discutir las muchas formas en que han sido interpretados los detalles de su aventura. Los críticos no sólo contradijeron a las maestras sino que se contradijeron entre sí, e hicieron los mayores esfuerzos por demostrar que las mujeres imaginaron lo que vieron, lo malinterpretaron, lo distorsionaron o lo desfiguraron: Sus investigaciones, según los críticos desfavorables, no fueron suficientemente cuidadosas ni estuvieron bien llevadas; ellas dejaron que investigaciones posteriores influyeran en el relato que hicieron de los hechos, y adoptaron a posteriori sus propias experiencias para que coincidieran con lo que habían descubierto. En otras palabras,(los críticos afirmaron que Moberley y Jourdain habían distorsionado sistemáticamente los libros para que coincidieran con suhistoria. Las dos damas, cuya inteligencia parece haber sido tan aguda como la de sus críticos, fueron condenadas como una pareja de solteronas crédulas, cuyas cabezas estaban llenas de tonterías románticas acerca de la desventurada reina de Francia.
Sin embargo, ésta no es la impresión que se obtiene al leer los documentos Moberley-Jourdain. Las mujeres parecen equilibradas, sensatas y verdaderamente intrigadas por lo que les sucedió aquel día de agosto de 1901. Sus investigaciones posteriores fueron tan completas como permitieron la oportunidad y la disponibilidad de materiales, y aunque las dos mujeres fueron acusadas de alterar su relato original para adaptarlo a hechos revelados posteriormente, bien podría ser que no hubieran entendido lo que habían visto hasta que el descubrimiento de ciertos hechos lo aclaró. Desde luego, Moberley y Jourdain no conservaron un registro minucioso y un relato documentado de lo sucedido. Probablemente, nunca se les ocurrió que eso sería necesario para probar su veracidad.
No es posible juzgar qué sucedió realmente el 10 de agosto de 1901. Es probable que las maestras tropezaran con una alucinación a gran escala consecuente con las condiciones de un salto temporal retrocognitivo. El aspecto más interesante de la cuestión fue el constante intercambio, visual y verbal, que al parecer tuvo lugar entre las figuras del pasado y las del presente.
Tampoco fue única, en cuanto a la escala, la aventura de Versalles, ya que otras dos inglesas vivieron una experiencia similar en Dieppe 50 años después. ¿Será el aire de Francia, o su historia, lo que promueve esos fenómenos tan curiosos?

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