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Predeterminado ¿Deben existir límites a la libertad de expresión? Calificación: de 5,00

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Por: Javier Akerman | www.equinoxio.org

Definir la libertad de expresión como un derecho que está solamente concebido para algunas declaraciones o grupos determinados, chocaría frontalmente con los principios fundamentales y democráticos en la que se asienta. Hay, desde mi punto de vista, una interesante y vital labor que trata de conciliar la libertad de expresión y su introducción en la sociedad humana y el cauce de libertad y no coerción por los que deben discurrir tales principios si no queremos caer en la manipulación totalitaria; esto sería una contradicción y la antítesis de la democracia.

Hay pues una praxis democrática endógena y otra exógena. En la endógena el individuo, amparado en sus derechos y consciente de sus deberes, va desarrollando un aprendizaje basado en la contención verbal impulsiva, la escucha atenta y reflexiva, es decir, no prejuiciada de antemano, el desarrollo de la autoconciencia y del análisis, la percepción del sentido no exclusivamente direccional de la semántica. La conciencia personal de nuestros errores humanos tiene que ir acompañada del desarrollo de la razón y de la retórica, que se manifiesta a través del lenguaje. La difícil integración de la tolerancia por encima de muchos intereses espurios puede debilitar la conciencia, que utiliza su propio metalenguaje y desvirtuar la libertad expresiva.

En el uso de la libertad de expresión debe ser imperativo el respeto al otro como un referente vital y defender el sentido de igualdad que como humanos nos une más allá de razas, colores y posicionamientos políticos. Pero, ¿qué ocurre si a estos principios se les empieza a poner límites? ¿No caemos en el peligro de caminar en una libertad de expresión constreñida en los límites de lo “políticamente correcto”? Esta es la praxis exógena, en ese caso se quedaría reducida a un “derecho de expresión” al que sí pueden imponérsele límites si éstos se enfrentan con otros derechos. Pero eso no sería libertad de expresión propiamente dicha, nos guste o no.

La responsabilidad en el uso de la libertad de expresión debería ser individual y no estar tutelada por el Estado, que al imponer límites a la misma nos considera a los ciudadanos personas inmaduras a las que hay que vigilar de cerca y tiene por lo tanto el deber de controlar lo que decimos o no debemos decir.

El periódico La Vanguardia de Barcelona (España) manifestaba hace dos años:

"A los cuatro meses de su publicación en un diario conservador danés, Jyllands Posten, de una serie de doce caricaturas de Mahoma -entre ellas una tocado con un turbante en forma de bomba- se ha desatado una oleada de protestas en el mundo musulmán, con boicots a productos nórdicos y amenazas de muerte. La primera consideración, a manera de premisa mayor, es que la libertad de expresión es la piedra angular del sistema democrático. Se trata de un principio que, por desgracia, es aún la excepción en la mayoría de los países musulmanes, con regímenes autocráticos donde el poder civil y religioso aún se confunden".

A raíz de los disturbios que se desataron en todo el mundo por fanáticos integristas musulmanes, algunos líderes políticos europeos llegaron a proponer que para evitar estas reacciones habría que poner un límite a ciertas expresiones que puedan ofender a determinados grupos o comunidades religiosas. Es decir, limitar una libertad de expresión que es la garante de los estados democráticos para calmar las voces y las acciones violentas de los que no saben utilizar su propia libertad de expresión cívicamente. Coacción, miedo y estupidez contra un derecho fundamental de la democracia.

El Ministro de Exteriores español, Sr. Moratinos, llegó a decir:

“Pedimos a todos que ejerzan este derecho (la libertad de expresión) responsablemente y que no se utilice como pretexto para la incitación al odio o al insulto de los profundos sentimientos de creencia de una comunidad. Los medios de comunicación, las publicaciones o los lugares de culto no deberían ser utilizados para incitar o propagar el odio".

Ahí está una clave fundamental. Y si se ejerce con esos motivos debemos responder con nuestro propio derecho democrático. Los intolerantes pueden ejercer su derecho a expresarse, otra cosa es que encuentren eco o resonancia si sabemos hacer uso de la madurez democrática.

Otro periódico que fue más tajante, Le Monde, señalaba:

"Al igual que en el tema del racismo, el antisemitismo, el sexismo o la homosexualidad, la libertad de opinión se topa también en este caso con límites establecidos por la ley. Eso ocurrió, por ejemplo, el año pasado con la publicidad de una marca de ropa, en la que se veía a doce hombres y una mujer en pose erótica, simulando el cuadro ‘La última cena’, de Leonardo da Vinci. Ello ofendió a algunos cristianos y la campaña fue prohibida por los tribunales. Una caricatura de Mahoma, especialmente malintencionada, puede conmocionar a un musulmán. No obstante, una democracia no debe establecer un control policial de la opinión, ya que pisotearía los derechos humanos".

Derechos individuales y derechos colectivos

El derecho a la libertad de expresión tiene dos aspectos, el material y el formal. La libertad de expresión incluye el derecho a expresar lo que se quiera, pero sólo puede basarse en la evidencia de que un determinado acto expresivo, en su forma o contenido, produce en otros una injusta denegación de la libertad y derechos ajenos. Por ejemplo, fuera del ámbito religioso penalizar a los comerciantes y profesionales que no se expresen o rotulen sus negocios en una determinada lengua, como se ha venido haciendo últimamente en Cataluña (España), que obliga a rotular exclusivamente en catalán so pena de multa, constituye una injustificada denegación de la libertad de expresión en su aspecto formal. Los límites posibles de la libertad de expresión pueden definirse desde la perspectiva de la forma en que se expresan. Para ser libre debe ejercerse la capacidad de decisión y ésta poder ser transmitida, pero como muchas veces depende de los recursos propios, siempre habrá grupos de individuos pobres o marginados a los que se les puede negar ese derecho.

En este mundo globalizado e injusto tenemos oportunidades iguales sobre el papel, pero en la práctica no obtenemos resultados iguales. Por desgracia, en la democracia actual, el objetivo es eliminar las injusticias, no las desigualdades. El Estado debe intervenir solamente para promover la igualdad de oportunidades pero debe hacerse a un lado para dejar que florezca la libertad individual. Una sociedad verdaderamente democrática necesita algo más que derechos y libertades individuales, necesita de un lazo común que una a los ciudadanos de una comunidad. Y aquí nos encontramos con el verdadero problema social: el individualismo que desestructura. ¿Cuál es en este caso el destino de las minorías disidentes? El rechazo de los seguidores defensores del bien comunitario, esto es, el ostracismo y el silencio obligado.

Existe además un peligro implícito al utilizar todos los medios al alcance del Estado para hacer prevalecer su “verdad” porque la considera la única posible. Ese es el camino de las religiones fanáticas o de las autarquías en lo social.

¿Qué nos queda por hacer?

El individuo debe trabajar siempre su sentido interno que lo aleje de tales posiciones. El ciudadano interviene en el mundo con su ejemplo libre y responsable a través del diálogo; esto es una especie de vacuna contra el fanatismo y abre en la sociedad un cauce de verdadera democratización comunicativa, primer peldaño para el progreso de una sociedad. El ejercicio democrático de este derecho debe huir de los sofismas y recrear en su entorno las condiciones que faciliten una libertad de expresión madura y lo más amplia posible. Todos los días debemos trabajar en lo personal para que ese progreso humano sea efectivo y no caigamos en los mismos errores que combatimos.

En definitiva, yo puedo expresarme libremente, pero también debo aceptar las consecuencias de mis palabras. ¿La libertad de expresión puede tener como único límite la dignidad humana? Creo que esta premisa en un buen punto de partida en esta reflexión. Personalmente siento desasosiego cuando veo a alguien defender verdades absolutas. Ya lo decía el Buda Shakyamuni: “No me sigas ni me creas, experiméntalo por ti mismo”.

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