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Predeterminado ¿Cuál le hizo más daño a Colombia? (TIROFIJO - PABLO ESCOBAR) Calificación: de 5,00

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¿Cuál le hizo más daño a Colombia?

Antonio Caballero traza las vidas poco paralelas de 'Tirofijo' y Pablo Escobar; y las tragedias que sembraron en el país.

Fecha: 06/14/2008 -1363
Se ha querido equiparar a Manuel Marulanda, 'Tirofijo' y a Pablo Escobar, el 'Patrón'; comparándolos con las dos pinzas de una misma tenaza del Mal; los dos mayores enemigos del Estado colombiano, a la vez que dos de los colombianos más influyentes del último medio siglo. Otros podrían ser, aunque del lado del Bien, claro, un magnate de la industria y los negocios como Julio Mario Santo Domingo o un dirigente político como Alfonso López Michelsen; y, al paso que van las cosas, un presidente vitalicio como Álvaro Uribe. En cambio, y dado que se trata de influencia y no de fama o de talento, quedarían por fuera personajes como el pintor Fernando Botero o el escritor Gabriel García Márquez, la cantante Shakira o el futbolista Pibe Valderrama.

Y sí, no cabe duda de que tanto Escobar como Marulanda han dejado una muy honda huella en la historia de Colombia, y lo hicieron ambos desde la trasgresión violenta de las leyes y el enfrentamiento con las autoridades constituidas; uno y otro son responsables de mucha sangre derramada dentro del ancho abanico de las violencias colombianas. Pero se trata de dos casos muy distintos.

Pablo Escobar, el inmensamente rico (séptimo millonario del mundo, lo llamó la revista especializada Forbes en los años 80) e implacablemente poderoso narcotraficante fundador del cartel de Medellín, llegó a poner de rodillas al gobierno, al ******o de la justicia y al parlamento colombianos; hasta el punto de que, mediante el soborno y el asesinato ("la plata y el plomo", como se decía en esos años) cambió leyes, se inmiscuyó en la redacción de la nueva Constitución (del 91), financió campañas electorales, (desde el 82) creó el primer grupo narcoparamilitar (el MAS, en asociación con los hermanos Ochoa, en el 81), y puso a su servicio por temor o por agradecimiento a magistrados, dirigentes políticos, periodistas, reinas de belleza, deportistas, oficiales de la Policía y del Ejército, jerarcas de la Iglesia católica. Lo hizo matando a cientos, tal vez miles de personas. Jueces, policías, políticos, periodistas, sin contar a muchos de sus rivales en el negocio del narcotráfico y a muchísimos simples transeúntes en los numerosos atentados con carros-bomba del narcoterrorismo: el del edificio del DAS, el del avión de Avianca. Entre sus víctimas más notables figuran el candidato presidencial, y si hubiera vivido presidente en el período 90-94, Luis Carlos Galán; el director del diario El Espectador Guillermo Cano, el ministro de Justicia Rodrigo Lara, el procurador general Carlos Mauro Hoyos, el comandante de la Policía Valdemar Franklin Quintero. Lo hizo, también, secuestrando a varios: la hija del ex presidente Turbay, Diana, muerta en la tentativa de rescate; el hijo del ex presidente Pastrana, Andrés, futuro presidente él mismo; el hijo del dueño de El Tiempo Hernando Santos, Francisco, futuro vicepresidente, por citar sólo a tres.



JUAN CAMILO RESTREPO. Ex ministro de Hacienda Es como decidir entre el diablo y Lucifer. Pablo Escobar fue el que creó los carteles, corrompió las juventudes y atizó la cultura del sicariato y la pérdida de valores en la sociedad. ‘Tirofijo’ tuvo unos objetivos políticos que generaron todo tipo de estragos y crímenes.

EDUARDO POSADA CARBÓ. Académico No creo que tenga mayor sentido establecer distinciones. Como dijo el tratadista clásico Cesar Beccaria, “la verdadera medida de los delitos es el daño hecho a la sociedad”.

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En poco más de 15 años -murió a los 44, víctima de una alianza heterogénea de sus muchos enemigos y ex amigos: narcos, policías, paramilitares, la DEA norteamericana- la frenética actividad delincuencial de Pablo Escobar produjo resultados catastróficos para Colombia que a 15 años de su muerte todavía perduran: la narcopara-política, el narcoterrorismo, el narcosicariato. Todavía hoy Escobar genera noticias y es tema para libros, más numerosos que los que se haya escrito sobre cualquier otro colombiano del siglo XX. Y en términos internacionales sigue siendo la más conocida imagen representativa de Colombia, por delante del personaje publicitario cafetero Juan Valdez y de algunos de los de carne y hueso que mencioné más arriba: García Márquez (que escribió un libro sobre sus andanzas, Noticia de un secuestro), o Fernando Botero (que le hizo un retrato póstumo representando su muerte a balazos en los tejados de Medellín).

Escobar fue un hombre odiado y temido, respetado y admirado: El 'Patrón'. Pero desde que se conoció el origen de su enorme fortuna perdió su aureola de héroe popular, de 'Robin Hood paisa', y fue tenido siempre por un criminal común y un vulgar asesino, un delincuente que empezó robando lápidas mortuorias en el cementerio de Envigado y a fuerza de astucia y de desaforada violencia se convirtió en el más grande narcotraficante del siglo XX (ya iremos viendo qué pasa en el XXI). Su relación con la política, en términos estrictos, fue marginal: representante suplente y fugaz a la Cámara, financiador interesado de campañas políticas, negociador fallido de pactos entre los narcotraficantes y el Estado colombiano a cambio de la garantía de no extradición. Sus únicos contactos directos con altos representantes del establecimiento fueron los de esa fallida negociación (con el ex presidente López Michelsen y el entonces procurador Carlos Jiménez Gómez, enviados del gobierno de Belisario Betancur) en el 84; y luego, en el 91, con el famoso telepredicador Rafael García Herreros para la ceremonia (pues fue una ceremonia) de su fingido "sometimiento a la justicia". Y finalmente con un viceministro de Justicia, al cual secuestró en su cárcel privada de La Catedral cuando decidió salir de allí, temeroso de verse traicionado por las autoridades hasta entonces cómplices o amedrentadas. No le faltaba razón. Hasta el gobierno norteamericano, que nunca había privado de la preciada "visa USA" ni a él ni a sus allegados, participó en la alianza de policías y delincuentes que le dio muerte, enviando a colaborar con los 'Pepes' del cartel de Cali, los paramilitares de Carlos Castaño y el Bloque de Búsqueda de la Policía colombiana, a sus comandos especiales los Navy Seals y la Delta Force.

La biografía de Manuel Marulanda, 'Tirofijo', fundador de las Farc, es mucho más larga y matizada. Si Escobar fue un criminal común que, por lo descomunal de su negocio, llegó a tener influencia sobre los políticos y la política, Marulanda fue de principio a fin un delincuente político: un alzado en armas cuya organización político-militar, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), acabó cometiendo lo que en términos jurídicos se llaman "delitos conexos": narcotráfico, extorsión y secuestro. Delitos que, por "conexos" que sean, las han corrompido moralmente y desprestigiado políticamente; pero no les han quitado su carácter de fuerza política, que sólo el actual gobierno de Álvaro Uribe se ha negado (a ratos) a reconocer. Así, el de Belisario Betancur firmó con ellas un pacto de cese al fuego en 1984. Bajo el de Virgilio Barco se desarrolló, y a continuación fue exterminada, la Unión Patriótica, el partido político sin armas creado por las Farc, que había llegado a tener una docena de congresistas y cientos de concejales en el país. El de César Gaviria las invitó a formar parte de la Asamblea Constituyente en el 91, aunque el día mismo de las elecciones bombardeó el campamento de sus jefes (Marulanda y Jacobo Arenas): la famosa Casa Verde del cañón del río Duda que el propio Gaviria había conocido de visita, como docenas de otros dirigentes políticos, durante la tregua de Betancur. El de Ernesto Samper abrió conversaciones con ellas en Caracas y en Tlaxcala y llegó a acuerdos de canje entre presos de la guerrilla y soldados y policías capturados por ellas. El de Andrés Pastrana, en fin, les entregó en prenda de confianza la inmensa "zona de despeje" del Caguán para adelantar negociaciones durante más de tres años y las presentó oficialmente ante el mundo como organización política legítima, aunque después Pastrana haya pretendido haber hecho exactamente lo contrario: conseguir que se la considerara una organización meramente criminal, al amparo de la nueva cruzada desatada por los ataques terroristas islámicos contra los Estados Unidos, según la cual todos los terrorismos son iguales entre sí y el terrorismo universal es uno solo. Únicamente Uribe ha querido privar a las Farc de su dimensión política alegando el pretexto extravagante de que, como en Colombia no existe ningún conflicto, quien se levante en armas contra el Estado es un simple bandolero.

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