Matapasiones del sexo
Por la Boca muere el pez
En las artes amatorias este dicho puede llegar a ser una verdad muy literal que no está de más recordar. Y a pesar de que las palabras son muchas veces un gran afrodisíaco, también pueden hacer fracasar al más prometedor de los encuentros.
“Una vez estuve con un tipo que hablaba demasiado. Lo peor fue cuando medio desnudos, se detuvo y me dijo: Ahora, “El Cocodrilo”…¡y bajó su boxer (calzoncillo)! Supongo que era su forma de hablar hot. Me dio vergüenza ajena, hice como que no lo escuché durante todo el rato que lo hicimos y por supuesto, no quise volver a ver a su “cocodrilo””, cuenta Katherine, 30 años.
Nervios traicioneros
“Nos gustábamos y salíamos hacía rato, por lo que el sexo era algo muy esperado. La noche llegó y él, generoso, me dio un preámbulo largo que me hizo realmente gritar de placer. Yo quise hacer lo propio, lo lamí y lo besé, bajé para hacerle sexo oral y noté algo extraño, su pene no lograba mantenerse bien erecto…hice todo lo posible, pero no lo logró durante toda la noche, no fue capaz de penetrarme…”, confiesa María Elena, 28 años.
Frente a esta situación muchas mujeres se frustran y se sienten poco deseadas, pero hay que tener en cuenta que muchos hombres pueden enfrentar un cuadro de estrés momentáneo y no lograr una correcta erección, sin que esto signifique que no sientan deseo. Lo mejor para enfrentar esas situaciones es relajarse, comunicarse más y atreverse a utilizar maneras alternativas de placer para distender la situación, explica el psicólogo Fernando Herrera.
Lucidez necesaria
“Éramos compañeros de trabajo y una noche me invitó a su apartamento para tomar unas copas. Fue divertido y extraño, ya que yo estaba bien nerviosa. Copa a copa me fui relajando. Bien entrada la noche y como con dos botellas más, nos besamos… yo lo disfruté al máximo.
Me abrazó y me arrastró hasta su dormitorio, nos desnudamos y comenzó a besarme el cuello…no supe de nada más, estaba tan borracha que me quedé dormida. Al otro día mi cabeza se partía de dolor y mi vergüenza era tal que casi salí corriendo del lugar”, afirma Ana María, 29 años.
Un ruido incómodo
“Era un tipo que me conquistó con gestos galantes, como abrir la puerta del auto o cuidarse con las palabras…incluso, nuestra primera vez fue más romántica que pasional, no intentó nada osado, al contrario, fue muy cuidadoso.
Sin embargo, en nuestra segunda vez, cuando ya tenía algo más de confianza, lo sentí más sexual en la manera que tomaba y ayudaba al movimiento de mis caderas o la manera en que gemía. Sin embargo, en medio de eso, sentí un fuerte estruendo…y su cara se desfiguró. Se le había arrancado un pedo, sonoro y que lo enfrió a tal modo, que no pudo seguir. El caballeroso amante murió de vergüenza” dice Isabel, 27 años.
Esos olores que matan
“Lo había visto varias veces en el gimnasio, tenía un físico impresionante que me encantó. Me acerqué poco a poco, hasta que logré que me invitara un trago. Esa noche el calor subió a mil grados cuando comenzamos a hablar de sexo y a especificar cómo nos gustaba a cada uno…lo invité a mi departamento y no aguantamos más, en el mismo ascensor comenzamos a tocarnos y besarnos. Bajé para hacerle sexo oral ahí mismo….y ahí mismo paré. El olor de su sexo era radioactivo.
No pude. Me paré, descompuesta y confusa y le dije que había recordado que tenía visitas y que no podríamos quedarnos juntos”, recuerda Karen, 30 años.
Un golpe a la nariz mata a la pasión rápidamente. Y no es un detalle menor, ya que el mal olor no sólo es señal de falta de higiene, que ya en sí es pésimo indicador, sino que incluso pueden ser signo de algún tipo de infección u hongo.
Leyó mal las instrucciones
“Nos besábamos ardientemente en su dormitorio luego de muchos tragos, cuando me desnudó y comenzó a hacerme sexo oral. Me encantó su iniciativa que demostraba confianza en la primera noche juntos.
pero al poco andar, mi práctica favorita se convirtió en una pesadilla. El tipo no sabía nada…y lo peor es que le dio por introducir sus dedos y comenzó una brutal, infructuosa y frenética búsqueda de mi Punto G…”, comenta Carolina, 32 años.