Porque no hay viejo temor que no regrese transfigurado, ni turbación que consigamos erradicar por siempre, ni cobardía que sea exorcizada y ande errante a la caza de otro corazón medroso.
Cualquier día del año, incluso si es sacro, si algún dios lo consagró para la paz y la fiesta, puede encerrar el instante, momento de la desdicha y la zozobra en que cualquier elemento nos transporta al pavor y la parálisis, como si un monstruo primigenio se apareciese haciendo realidad todos nuestros miedos.
Los recuerdos a veces nublan la vista, confunden los sentidos. Quizás haya corazones encogidos que logren ver lo que temen, redoblado y aumentado, como a través de una lente que desfigura y consigue trocar en mirada dolorosa y acusadora lo que era vulgar miopía nada más.