Enrich Heine, poemas dulzones, pero muy bien escritos, algunos son desgarradores, quién no se ha identificado con alguno??
(Alejandra te dedico el primero)
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Las azules violetas ruborosas
de su pupila, que serena brilla;
las delicadas rosas
de su fresca mejilla;
las blancas azucenas de su mano:
todo, para robarme dicha y calma,
todo aún florece espléndido y lozano:
nada hay marchito, en ella, más que el alma.
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La paloma y la rosa, el sol y el lirio,
amaba en otro tiempo con delirio:
hoy, te amo solamente
a ti; mi niña hermosa,
a ti; de todo amor única fuente
a ti; paloma y lirio, sol y rosa.
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Es hoy tan bello el mundo; la alta esfera
tan azul; tan sereno el claro río;
tan blando el viento; se abre en la pradera
tanta flor empapada de rocío;
bulle tan jubilosa y placentera
la feliz muchedumbre en torno mío,
que estar quisiera en el sepulcro helado,
a su yerto cadáver abrazado
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Cuando dulces y tranquilas
me contemplan tus pupilas,
se disipa mi aflicción;
cuando, sin miedos ni agravios,
tus labios das a mis labios,
curado está el corazón.
Cuando la cabeza inclino
en tu seno alabastrino,
el cielo siento bajar;
cuando tu labio sincero
exclama: «¡Cuánto te quiero!»
rompo entonces a llorar
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El mundo está ciego y loco;
¡cuán vanos sus juicios son!
Dice, oh bien a quien invoco,
que tienes mal corazón.
¡El mundo está loco y ciego!
No te conoció jamás.
No sabe cómo arde el fuego
en los besos que me das.
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Un doncel ama a una bella:
ésta adora a otro galán;
el preferido por ella
enamora a otra doncella,
y al altar felices van.
La víctima de su amor
al primer pobre señor
que encuentra, le da la mano;
el joven que la amó en vano,
sufre y calla su dolor.
Este es un antiguo cuento,
que siempre nuevo será;
y aunque es común el evento
¡ay de quien sufre el tormento
que al alma sensible da!
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Me han atormentado el alma,
me han descolorido el rostro,
los unos con sus cariños,
con sus rencores los otros.
Me han envenenado el agua
que bebo y el pan que como,
con sus cariños los unos,
con sus rencores los otros.
Pero la que me ha causado
más tormentos, entre todos,
esa, ni jamás me quiso,
ni me odió nunca tampoco.
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Soñé: ¡mi sueño de siempre!
estaba a solas contigo;
eterno amor nos jurábamos
a la sombra de los tilos.
Después de los juramentos,
de largos besos seguidos,
en la mano por memoria,
me clavaste los colmillos.
Niña, la de ojos azules,
la de los dientes blanquísimos,
bastábame el juramento;
de más estaba el mordisco.