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Antiguo 03-09-2007 , 19:47:46   #2
JoshuaNoBl
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Predeterminado Nachito. Testigo del exorcista de niños.Internado Juan XXIII, Paloquemao II

Escuché sus voces. Pedro iba en el pijama del hogar, una camiseta blanca y un pantaloncito de tela que llegaba a los tobillos. Escuché de nuevo sus voces, menos la del niño. Una luz intensa se encendió dentro de la panadería, gemidos del niño, trataba de decir no, pero el seminarista le decía silencio. Pasaron unos minutos. Bajé entonces del butaco, me pequé a la puerta de la panadería y escuche como claramente una voz ronca y gruesa decía estas oraciones:

Si en la hora de la muerte
el demonio me tentare
tu patrocinio me ampare
porque el día de la santa cruz
diré mil veces: Jesús, Jesús…

Y escuché una palmada fuerte y como Pedrito repetía un montón de veces Jesús…
Llanto y un gemido extraño y Jesús, Jesús…
No resistí más, quería ver que sucedía, el niño estaba llorando y repitiendo Jesús, además entre sus palabras repetía no, no…
Arrimé la butaca a la puerta, me subí en ella para alcanzar la pequeña ventana de la parte superior de la puerta…
La potente luz salía como de una sombrilla, lo que relataré de aquí en adelante será responsabilidad suya si lo publica, señor periodista, pero seré lo menos morboso que se pueda.
En la mesa metálica donde se amasaba el pan, había unos costales de harina, encima de esos sacos vacíos, a forma de sábana, una tela impecablemente blanca… Observé con más detenimiento y me di cuenta que era la túnica blanca del Exorcista…
Supuse que podría conocerlo, ya que su túnica no tenía puesta.
De repente de la parte de la puerta donde no alcanzaba mi mirada, ví al seminarista con una caja negra en su mano, con un tubo negro y una luz roja que parpadeaba, el miraba a través de la caja de formas extrañas. Era una cámara de video. No las conocía, pero al tiempo supe que era eso. Vi como prendas caían al piso, el pijama de Pedrito estaba en el suelo. Sus sandalias a un lado. No lo veía… Salieron de la penumbra, me empiné sobre la butaca para ver mejor…
Pedrito iba delante, llorando, todavía repetía Jesús, Jesús… El exorcista le empujaba hacía la mesa de amasar, tenía solamente un paño casi transparente en su cabeza . El niño llevaba sus muñecas atadas a una soga blanca que brillaba aún más que la misma sotana , no la tenía completamente amarrada, le daba como tres vueltas a sus muñecas y un nudo, que yo por ser campesino se de cuales son, sin ahorcar pero sostiene y no deja escapar, en amabas muñecas llevaba una soga blanca que brillaba. El exorcista estaba de espaldas, subió al niño a la mesa de amasar y estiró las cuerdas para dejar sus manos atadas hacia los lados de la mesa en dos argollas que estaban clavadas a la pared, donde normal mente se colgaban unas sartenes del uso diario en las comidas, pasó otra soga blanca por sobre su espalda atándola por encima del cuerpo tembloroso de Pedrito. Quedó en la mesa pendiendo de su cintura hacia abajo, casi tocando el suelo con sus piernas. El exorcista se puso frente a él, le levantó la cara y con sus manos untadas de saliva le hizo la señal de la cruz en frente diciéndole estas palabras:
El entrecejo, marca una luz para su sueño muerto…
En su frente yace, en su memoria.
Señor eterno,
dedicadle un generoso pensamiento…

Después puso una cruz metálica sobre su espalda y el niño se estremeció por el frío de esta. Mi corazón palpitó asustado, cuando el exorcista se quitó el paño medio trasparente que cubría su cabeza y los guantes blancos, tuve que taparme la boca para no gritar, quise llamar al filósofo, pero no podía moverme, me acurruqué en la butaca y lloré con tanta fuerza que tuve que morderme la mano para no dejar que me descubrieran. Aquí está la cicatriz de ese día. Mire…
Me calmé, de nuevo miré, quise estar seguro, si, era el, el exorcista era el obispo, el rector del Hogar Juan XXXIII…
Ahora este hombre estaba detrás de Pedrito, el seminarista no dejaba de filmar, por primera vez vi bien su rostro, era un muchacho bastante joven, casi un niño, iba de un lado para otro con un ojo cerrado y el otro pegado a la cámara.
Ahora el exorcista tomó el tallo del niño y diciéndole otras oración vi como lo apretaba, Pedrito mordía la sotana blanca que servía de sábana, no decía nada solo lloraba, seguro estaba convencido de que sí tenía un demonio y quería que lo liberaran de su tormento.
El exorcista dijo en voz queda mientras se acercaba por detrás del niño:

Pájaro que vas volando
dormido en sus ramas vírgenes,
pasó cazador, matadlo!
Más te valdría estar libre…

No miré más. Sentí su dolor como si fuera mío. Bajé de la butaca y escuché las voces del seminarista y la del obispo exorcista. No se que decían.
Arrastre silenciosamente la butaca hasta la esquina donde siempre estaba.
Me paré frente a la puerta, quise gritarles que lo dejaran, pero no pude, sentí miedo, impotencia y rabia.
Recosté mi cabeza y apreté mis manos contra la cara. Lloré y mis lágrimas rodaron por la puerta de madera.
Escuché un grito AYY!!. Era Pedrito. Luego al obispo exorcista que decía entre gemidos:

repite conmigo hijo mío
.no debo renegar de dios
.no maldecir ni blasfemar
.no hacer homenaje al demonio
.no debo dedicarle mis hijos
.no matar a mis semejantes y hace cocimiento con los niños pequeños…
Y Pedrito dejaba escapar un ayy! con cada frase de 15 que dijo el obispo exorcista y que a diario nos repetían los seminaristas, llamadas según ellos los quince crímenes de brujas y poseídos.
Callé, y no sabe señor periodista, cuan arrepentido vivo todavía de haberlo hecho. Estuve sentado hasta la madrugada, cuando salieron los tres antes que despuntara el alba fría. Primero el seminarista con su túnica y su capa, después Pedrito, con sus violetas ojeras y sus ojos en lágrimas, con los labios temblorosos y sus manos pegadas en oración al pecho. Me miró, y aún tengo su mirada clavada en mí. Detrás de él, el Obispo, cubierto por la túnica blanca y la capota en su cabeza, con las manos en los hombros de Pedrito.
Pasadas las seis, el filósofo bajó. Tras él varias personas, con guantes y uniformes azules. Yo estaba entre dormido, empapada la camisa de llanto de las horas. Me alzó, subió conmigo la escalera tenebrosa. Arriba, estaban todos levantados, como en filas, en el patio. El filósofo me abrazaba y no lo solté para nada. –Tranquilo Nachito… Dijo en todo instante.
Una patrulla de la policía en medio de la pequeña plaza de eventos y formaciones. El seminarista sin capota, ido de vergüenza y con las manos detrás cazadas por metales en su espalda. Con la cabeza baja, el obispo exorcista, sentado en una silla con la cabeza escondida en su pecho, sus manos atadas de frente por esposas de acero.
En una ambulancia subieron a Pedrito, en una camilla de sábanas de muñequitos, con una careta, y unas mangueras pendientes de sus brazos. No se cuanto tiempo pasé en la butaca, inerme y como muerto, todos los niños, estaban desiertos en sus miradas. Había varias personas, mujeres sentadas escuchando relatos, los niños en dos filas esperando su turno de hablada, varias mujeres les acariciaban la cara, les daban golosinas y preguntaban.
Debo decirle, que después de ese suceso, es la primera vez que hablo con alguien de esto. Estuve en algunos institutos de ayuda, pero nada pudieron hacer por mi habla, nada por mi mirada triste y apagada.
No volví a sonreír, no volví a vivir.
Aún así sigo creyendo en Dios y Jesús y su madre María. No entiendo a los hombres eso si, por eso vivo en esta villa lejana. No se de la vida de Pedro, de los seminaristas, ni del obispo exorcista. Dicen que se encuentra recluido en un monasterio de Méjico después de años de cárcel en la capital Colombiana. No se si sea cierto. después de eso, me vine donde una tía lejana de este pueblo, ella me mantuvo un tiempo. Después me vine a esta iglesia abandonada. Aquí me tiene, dándole unas palabras, las mismas que a diario cuento a los animalitos del bosque, que si usted me acompaña en la mañana, los veremos contentos alejados de esa realidad dolorosamente humana…
Tengo fe en mi Señor, me alejé de todos, porque me sentí culpable por no haber hecho nada, aún no siento que pague mi pena. Será cuando deje de escuchar en mi cerebro los lamentos y los gritos de Pedro, en esa noche amarga…”

Hasta aquí su relato. Guardó silencio de ahí en adelante. Me sirvió un vino que el mismo fabricaba y una galleta que debería tener varias semanas. Me pareció el bocado más purificador que alguna vez probara. Cuerpo y sangre del salvador, para un pecador de ciudad…
No dije nada. No dormí toda la noche. Observé a este inocente ermitaño que se ajusticiaba por algo que no cometió. Palpé su tristeza, aún después de diez años de pena y desgracia. Serían las tres de la madrugada, cuando lo observé desde mi improvisada cama. Estaba en posición fetal, llorando, gimiendo, rezando… Pedrito, repetía una y mil veces, después decía quedamente Jesús, Jesús, Jesús…
Pobre hombre me dije. No pude evitar las lágrimas. En la mañana salió al prado, enjuagó su rostro con el rocío de las hojas unas palmas gigantes, capturó unas bayas y las fue comiendo como si fueran manjares, varios pajarillos se posaron en su túnica, le cantaban alegremente. Lo seguí a un arroyo. Se deshizo de su túnica y lo vi desnudo… Su espalda cubierta de llagas fue desapareciendo lenta entre las aguas claras y mansas del silencioso arroyo, que lo recibió en su lecho.
Volteó serenamente. Sus ojos eran diferentes, brillaban como de gozo. Por primera vez le vi sonreír sinceramente. Se hundió sin prisa, ahora su cabello y sus barbas canas estaban húmedas y me pareció ver surgir de entre las nubes a un maestro, un sabio, un hombre lejos de parecerse a cualquier hombre… Y apenas tiene veinte años.

Susurró algo, tiritando de emoción y también de frío…
- Ya no escucho los lamentos ni el llanto de Pedrito…
Dijo y se hundió nuevamente. Con su mano se despidió. Llegó la hora de irme, dejarlo solo en su gloria. Lamenté que su infancia se hubiera perdido entre tantas culpas, pero aún tenía esperanzas, tenía fe. Una linda enseñanza, me dije.

Han pasado varios meses, lo recibí en mi oficina, traía su ropa sencilla y limpia. Su barba y su mirada tranquila. Me ha contado que trabaja en una granja de niños campesinos, enseñando amor, está feliz, me ha dejado en el escritorio una docena de fotografías con sus niños de la villa, una botella de su vino y unas galletas.
Los niños de las fotografías se ven como él, amorosos y contentos. Me mira, con la claridad del arroyo donde lo dejé un día, en su cabaña de ermitaño.
- Estoy enamorado, Y me dice Nachito… gracias a Dios…
Solo eso dijo, me dio un apretón de manos y se alejó por el pasillo.


*Nombres ficticios
Este reportaje fue fabricado por mí.

Gracias por leer.

Quien quiera entender entienda.

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Toda la noche, todo el día, acunando la vergüenza, enseñando al odio a vivir sin ofender a quien más amo… En un rincón privado para las almas buenas, yace solitaria mi prisionera pena… La sangre cubre mi condena...
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