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Son reglas no escritas. Una de ellas, la prudencia. El árbitro debe actuar de acuerdo con las reglas establecidas, pero también mirando el momento del partido para que sus decisiones sean oportunas y contribuyan al espectáculo.

Imposible saber qué pasó en ese segundo mientras el balón se dirigía a la portería y el árbitro pitó finalizando el partido. Intrascendente si el balón no se hubiera metido en la portería rival, era un gol que cambiaba la historia del partido y, además, se trataba de un equipo poderoso que, aunque se encuentra en la cima de la clasificación, se le arrebataban dos puntos.


Cita:
De Vinicius al escándalo

Luis Nieto


Vinicius celebra su segundo gol al Valencia.
© Biel Aliño (EFE)


Fue solo un partido, que es lo mejor que se puede decir vista una tensión previa que ni la mascletá de hermandad de Almeida en Madrid Río pudo rebajar, y no lo ganó nadie. Al equipo de Baraja le bastaron la disciplina, la fiereza y la oportunidad en dos momentos de debilidad del rival para tomar ventaja en la primera mitad. A los de Ancelotti les sobró un primer tiempo desastroso que supieron corregir. Y Vinicius se manejó estupendamente en el infierno, con dos goles y algún gesto de más. Difícil reeducar a un jugador tan impulsivo. Por la boca muerde y muere el pez. En cualquier caso, salir triunfador en aquel ambiente fue una enorme prueba de resistencia mental. Nada que no supiera la afición del Madrid. Y todo acabó en un lío monumental cuando Gil Manzano pitó el final un segundo antes de que Bellingham marcara lo que hubiera sido el 2-3. Dará que hablar.

El partido venía decorado con pinturas de guerra y no solo en la grada, también abajo. A los 33 segundos el Valencia le había hecho una falta a Rodrygo y otra a Vinicius. A los tres minutos Yaremchuk había visto la primera tarjeta por una entrada destemplada a Tchouameni, al que Ancelotti procura encontrar un porvenir como central, por la emergencia de dos cruzados rotos, pero también porque no ha cuajado de mediocentro.

Ese partido de tensión extrema quiso manejarlo el Madrid desde el toque, con larguísimas posesiones sin ninguna profundidad. Una estrategia de espera hasta que bajasen las aguas frente a un adversario sobreprotegido por la estrategia de su entrenador y por el impulso de la grada, y entregado a una primera presión extremadamente agresiva. La excitación silenciaba el juego. El partido estaba exactamente donde lo quería el Valencia. Ambientes tan cargados confunden mucho al Madrid.

En otros tiempos se hubiera esperado una acometida inicial del Valencia, pero aquello ya pasó. Ha sido tal la reducción de expectativas que el equipo blanquinegro, dos veces finalista de Champions, celebraría como fiesta mayor una clasificación para la Conference. La afición se siente desahuciada por un magnate de Singapur que pseudodirige desde el Índico un proyecto mediterráneo vía satélite y celebra el nacimiento de una generación de jóvenes murciélagos nacida desde la precariedad, obligada a madurar con el descenso al cuello. Así que la hinchada se dejó el alma en la marcha anti-Lim, primero, y en el campo, después.


Un Madrid en la lona

Y el equipo respondió desde la intensidad, que nunca faltó en los partidos ante el Madrid, y desde la efectividad, con un gol en su primera aproximación. Foulquier peleó una pelota con Vinicius, que se complicó en exceso, sobre la línea de fondo, centró al segundo palo, remató defectuosamente Canós y Hugo Duro metió su cabeza en aquella bala perdida para adelantar a su equipo. El Madrid se fue a la lona y regaló, de inmediato, el segundo gol, en una cesión inexplicable de Carvajal a Lunin que resultó una asistencia a Yaremchuk. El delantero ucraniano sentó con facilidad a su compatriota y desató la locura en Mestalla.

Lo que vino a continuación fue un derrumbe desconocido del Madrid, con una insólita falta de precisión en los pases y una preocupante falta de energía en los duelos. Los centrocampistas del Valencia mandaban y recuperaban y Yaremchuk era un permanente factor de desestabilización en la defensa madridista.

La única respuesta del equipo de Ancelotti había sido un disparo lejano de Valverde que rechazó Mamardashvili. Nada funcionaba: se quedaban cortos los laterales, no desbordaban ni Vinicius ni Rodrygo, Bellingham no andaba tan perspicaz como acostumbra, a Camavinga, el único a la altura del Valencia en el intensiómetro, le costaba mucho conducir y progresar. Y en medio del desconcierto, en el descuento de la primera mitad, el Madrid se encontró un gol, producto de un centro a media altura de Carvajal que nadie interceptó y Vinicius empujó a la red.


Otra vez Vinicius

La segunda mitad trajo un doble temporal, el meteorológico y el que, por momentos, desató el Madrid sobre el área de un Valencia más fatigado y hundido sobre Mamardashvili. A Vinicius se le marchó alto un remate de izquierda y el meta georgiano salvó milagrosamente con un pie un gol que llevaba la firma de Bellingham, cuya frialdad en el área resulta asombrosa.

Baraja, líder sobrevenido de este Valencia, dio un par de pasos atrás, con Guillamón y Diego López. Este tuvo el 3-1 casi de inmediato pero otro pie milagroso, el de Lunin, evitó que se empinase aún más la cuesta para el Madrid. Una acción aislada en un partido dominado ya clamorosamente por los de Ancelotti, que ahora no perdían duelos y le daban otro aire a la pelota. Más con la entrada de Modric y Brahim, más activo que Rodrygo. Ahí hay pelea para lo que queda de curso.

Baraja buscaba más cambios, pero el equipo parecía haberse quedado vacío. El empate, en cabezazo Vinicius, así de retorcido es el fútbol, a centro del revitalizante Brahim, acentuó esa evidente superioridad del Madrid, ya con Fran García y Joselu en el campo. Luego lo enfrió todo una lesión aparentemente muy grave de Diakhaby, arrollado involuntariamente por Tchouameni. Muy dentro del descuento Gil Manzano imaginó un penalti de Nacho a Hugo Duro que no existió. El VAR le corrigió. Y en el último segundo, el gran lío. Gil Manzano pitó el final con un balón en el aire que Bellingham cabeceó a la red. Una imprudencia que provocó un final escandaloso. La semana será larga.
Fuente: AS

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