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Kaffeetrinker 2 Contrastes de mi desvinculación a El Espectador y El País de Cali (y al final, nada personal) Calificación: de 5,00

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«Comunicación sin emoción, una voz en off con expresión deforme (…)» (Nada personal, Soda Stereo)

Por Soyado

Ayer en un comentario a Heráclito, dije ahí que el viernes me suscribí a El País de España aprovechando la promoción que suelen lanzar en la que pagas un euro cada mes por los seis que decides estar vinculado inicialmente a este periódico. Pues, esta mañana decidí llamar a El Espectador (E.E) y El País de Cali, medios informativos con los cuales tengo una suscripción anual digital hasta el 18 y 19 del corriente mes respectivamente.

El objetivo de mi comunicación: cancelar mi vinculación con ellos como lector; mi primer telefonazo fue al pasquín de los Cano o que fuera fundado por los Cano en Medellín, pero E.E tiene su sede en Bogotá. Fui atendido por una dama que me saludó con todo el protocolo habitual de parte de los auxiliares de un call center, a lo que procedió a preguntarme el motivo de mi llamada.




Confieso que «cotorrrié» algo de más explicándoselo hasta que la dama me «cortó» sin mucha sutileza preguntándome el número de mi documento y mi número de celular. Acto seguido me preguntó si utilizaba habitualmente todos los beneficios como suscriptor de E.E, y yo por no querer mandarme otro parlamento relatando que por no vivir yo en Bogotá no podía acceder a varias de esas promociones le dije que “sí, casi todos se puede decir” (este «casi todos» se refería exclusivamente a las pocas veces en que participé de eventos virtuales organizados por ellos, y de los que hace ya buen rato no les tengo pista).

Después la telefonista me consultó por el motivo de mi cancelación como suscriptor de E.E y aquí fui lo más preciso y breve que pude: “Sucede que encontré, a mi criterio, una mejor opción informativa y a un precio más económico. Ese es el motivo, señora tal”.




–“Usted pagó su suscripción por PSE”, me replicó sin más la dama.

–“Sí, ese fue mi medio de pago”, le confirmé.

–“La suscripción se le renueva automáticamente solo si usted pagó con tarjeta de crédito. Como lo hizo por PSE, entonces no aplica para este caso”.

–“Entiendo, señora tal; entonces, para confirmar, mi suscripción con ustedes se vence de inmediato el próximo 18 de octubre”.

–“Correcto, señor”, y así entonces di por clausurada mi diligencia de hoy con esta casa editorial. Por precaución me dispuse a escribir en un papelito el nombre de la telefonista y el de E.E junto con la fecha del 2 de octubre (al fin y al cabo, ella muy cortés me dijo al final de la llamada que “recuerde que habló con fulana de tal”).




Segunda parte: marco a El País de mi Cali sin igual. Me responde otra telefonista presentándose con su nombre, aunque, y aquí viene una primera gran diferencia con respecto a la otra comunicación con E.E lo expresa sin garbo alguno; como si estuviese haciendo el almuerzo, perdiendo el tiempo en alguna red social, qué sé yo, y de repeso cuando ella mencionó su nombre hubo una interferencia (mejor dicho, al principio la llamada se oía como dentro de un tubo).

No pude evitar imaginarme que me estaban contestando de algún local clandestino tipo «El club de la pelea» o algo así. Le explico a la mujer el motivo de mi llamada y de inmediato me solicita mi correo electrónico vinculado a mi suscripción con El País caleño.




–“Deme un momento por favor…”, y a continuación un silencio muy silencioso, tanto así que pensé que me habían colgado (no quieren los de «El club…» que sepa que están operando allí). Y la voz juvenil Distrito de Aguablanca dio señales de vida al repetir el inicio de mi correo que procedí a complementar.

- “La suscripción vence el 19 de octubre…”, vocalizó la chica.

- “Sí, así es”, le vocalicé yo.

- “Listo, ya le quedó cancelada”

- “Ah, bueno, señorita. Tenga la amabilidad me recuerda su nombre”, me lo indica y bin barabán bambún, hasta aquí nos trajo el río, señor. (¿Qué diablos están haciendo en ese lugar?)




Considero que es bastante clara esta divergencia entre una y otra manera de abordar una cancelación de suscripción por parte de un lector. A simple vista pareciera que la de El País vallecaucano fue la menos destacable, pero desde otro ángulo quizá fuese la más honesta al reflejar de algún modo el decaimiento progresivo de un periódico que otrora era un orgullo para la comarca del suroccidente colombiano, así sus nuevos y recientes dueños se ufanen de que su presencia virtual ha crecido como nunca lo había experimentado.

Confieso que me suscribí a El País de Cali por un sentimiento de regionalismo; por pretender informarme mejor acerca del acontecer de mi patria chica. Cuando meses después llegó la noticia de que este informativo se convirtió en otro juguete de los Gillinski –paisanos míos-, y que similar jugada efectuaron ellos con otro periódico que al parecer también tuvo mejores días como El Heraldo de Barranquilla, honestamente no pegué el grito en el cielo. Me dio igual.




Sin embargo y en vista de que la estructura digital de El País chibcha no ha tenido una renovación diligente (antes, eliminaron la posibilidad de que los lectores opinen, algo que al menos conservaba este diario antes de que llegara la casa editorial Semana a apropiarse del chuzo. Terrible); que demuestra con tal grado de insolencia que no quiere crear una vinculación medianamente interesada hacia sus suscriptores y, por qué no incluirlo de igual forma, el trato casi de quinta -por el desdén- que percibí en aquella comunicación por teléfono, me hacen pensar en El País de Cali, tristemente, como en una suerte de muerto viviente perfumado el cual se vanagloria de haber crecido, supuestamente, en número de visualizaciones por Internet.

Con base en todo esto prefiero al Diario Occidente, que así parezca ser en toda regla poco más que una nota a pie de página dentro del periodismo de la región desde donde les escribo y luzca más como un Almanaque Bristol por muchas de sus notas, conserva el derecho a que sus lectores opinen; se esfuerza por publicar ciertos artículos con un contenido investigativo de calidad y cuenta con una pluma como la de Gardeazábal quien, me imagino yo, por voluntad propia decide compartir su talento con un diario de corte outcast, underdog.




En cuanto a El Espectador, admito que tiene columnistas a los que he tratado de seguir juiciosamente -con escasa fortuna-, como son los casos de Héctor Abad Faciolince, Mauricio García Villegas o Julio César Londoño; de hecho, me suscribí a E.E sobre todo por leer con mejor seguimiento a Abad (lo que puede llegar a hacer un solo escritor). Pero de un tiempo para acá, siento que entrar al sitio web de este diario es como llegar a un centro comercial lleno de vitrinas que lucen muy vistosas que lamentablemente no cuentan con productos que yo juzgue útiles.



Además, la estética de sus fuentes me luce desequilibrada, es decir, la presentación de su redacción no me resulta particularmente agradable. Y sin olvidar que son muy consistentes con el envío de newsletters al correo electrónico y la invitación a eventos con descuento o gratuitos por ser suscriptor a los cuales por pura ubicación geográfica no puedo asistir, tengo la impresión de que plantean de manera errónea los temas o no lo hacen desde algún prisma innovador. Por si fuera poco, los invitados que suelen tener parecieran más de la línea de un casting para algún reality desabrido.


¡Uf! No pensé que fuera a escribir tanto, se los aseguro. En serio creí que esta vaina no iba a pasar de una anécdota de un par de llamadas, pero vean: aquí me han tenido despotricando, haciendo diatribas, ¡denunciando!... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Agradezco a todo el personal que se ha detenido a leer estas líneas, siendo este tal vez el artículo de mayor extensión que he escrito desde que pertenezco al mejor foro de América Latina, jue**ta. Porque hay tiempo para el análisis y cosas de estas en medio de mares de culos y tetas. Amén.

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