Pese a mis reticencias basadas en su alcaldía y a las alianzas cuestionables para garantizar los votos que le darían la victoria en las elecciones, quería que le fuera bien porque yéndole bien le iba igualmente a Colombia.

Y me movió el ánimo al optimismo al elegir tres ministros de lujo (López, Ocampo y Gaviria), pero su terquedad, su soberbia y su radicalismo le pasaron factura y pronto se deshizo de ellos para imponer sus tesis sin importar si eran viables o no.

No lo sabía, pero el enemigo lo tenía dentro. Era obvio porque el que es no deja de serlo. Benedetti es un buen ejemplo, igual que Roy el camaleón. Y lo de Sarabia, explicable por su juventud e inexperiencia. Se le subió el poder a la cabeza y abusó de su cargo.

Lo peor es que en esta pelea de comadres comenzaron a saberse verdades que preocupan pues el gobierno del cambio comienza a mostrar más de lo mismo: la corrupción de siempre, el mal uso del poder, las triquiñuelas, las zancadillas, la creencia de que son dueños de todo y de que el fin justifica los medios.