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"Vine aquí a desaparecer del mundo": la peligrosa ciudad subterránea de Las Vegas en la que viven cientos de personas

Leire Ventas

Corresponsal de BBC Mundo en Los Ángeles


Las organizaciones que trabajan con la gente sin techo de Las Vegas calculan que viven hasta 1.500 personas en los túneles subterráneos de la ciudad.

"Me voy a marchar. Me buscaré un rincón en lo más profundo y voy a desaparecer".

Rick no habla en sentido figurado.

Sentado sobre un colchón, señala una oscuridad cavernosa que la linterna no permite descifrar y que, si todo sale según sus planes, terminará por borrarlo definitivamente del mapa.

"No me llevo bien con la gente", confiesa. "Quiero que me dejen en paz".


Rick lleva 35 años viviendo de forma intermitente en los túneles.

Esto es Las Vegas. Pero no la "fabulosa" Las Vegas que anuncia el famoso cartel, la del neón, las apuestas, el cartón piedra.

Esta es la Las Vegas subterránea, y para conocer a sus cientos de habitantes hay que descender a los infiernos.

Rick, las pesadillas y un plan

A sus 72 años, Rick es uno de los residentes más antiguos del subsuelo de la llamada "capital mundial del vicio". Dice que lleva viviendo aquí, de forma intermitente, 35 años.

Para llegar hasta este hombre canoso, de bigote poblado y voz calma y profunda, hay que bajar al canal situado frente al casino Rio, esquivar las piedras y basura acumulada por las riadas y adentrarse por la boca de uno de los túneles que empiezan allí.


Algunas de las bocas a los túneles se pueden encontrar cerca de los famosos casinos y resorts.

Estos forman parte del sistema de control de inundaciones de la ciudad estadounidense, un intrincado laberinto que se extiende de una cordillera a otra en el valle y cuya misión es capturar y redirigir el agua de lluvia.

Y es que las precipitaciones son escasas en esta árida urbe erigida en medio del desierto de Mojave —apenas se registran cuatro pulgadas al año—, pero cuando caen, lo hacen sin clemencia.

Los aguaceros más fuertes ocurren sobre todo entre julio y septiembre, época de monzones y un tiempo particularmente peligroso para habitar los túneles subterráneos.

"Incluso cuando no está lloviendo, no son un lugar para juegos", advierte en su página web el Distrito Regional de Control de Inundaciones del Condado de Clark, la entidad encargada del mantenimiento y constante ampliación de una infraestructura compuesta por canales, depósitos de detención y cientos de kilómetros de desagües pluviales.

"El agua puede correr por esta red a cualquier hora. Y moviéndose a 30 millas por hora, solo hacen falta seis pulgada para derribarte".


Los túneles son parte del sistema antiinundaciones de la ciudad.

Ha habido muchos ejemplos de ello.

El 13 de agosto de 2022, tras una de las mayores trombas registradas durante la pasada temporada de lluvias, la peor en décadas, los bomberos no pudieron salvarle la vida a un hombre que había sido arrastrado por una riada.

Y encontraron el cuerpo de otro mientras retiraban los escombros acumulados en un canal cerca del Strip, el tramo de 6 kilómetros del bulevar Las Vegas en el que se concentran los casinos y resorts de lujo por los que es famosa la ciudad.

Unas noches antes, el 29 de julio, en menos de tres horas tuvieron que salir a rescatar a siete personas de un aluvión.

En sus más de tres décadas en el sistema de desagüe, Rick ha vivido episodios similares en carne propia.

"He visto el agua llegar casi hasta el techo", le cuenta a BBC Mundo apoyado contra una pared que parecía gris y ahora, acostumbrada la vista a la tenue luz de la linterna, se descubre llena de grafitis.


"No me llevo bien con la gente", dice Rick, sentado en el túnel en el que vive.

También recuerda las veces en las que intentó ayudar a alguien y terminaron auxiliándolo a él, o aquella ocasión —la memoria le falla y no consigue dar con fechas— en la que una mujer trató de cruzar la corriente en un canal sin éxito.

"Le gritamos. Llevaba un niño a la espalda, y no lo consiguió. Ambos murieron. Es algo que no olvidas", dice apesadumbrado.

Asegura que hace rato no presencia inundaciones tan terribles y enumera otras cuestiones que lo tienen más preocupado: las ratas "de un tamaño que asusta a cualquiera", la policía y un trasiego cada vez mayor de gente.

"Y bueno… las pesadillas. No consigo sacármelas de la cabeza".

Se deben, dice, a su pasado como militar y han sido en estas décadas su mayor obstáculo para buscar una vida en la superficie.

"Estuve en Vietnam, pasé tres años en el infierno y eso me trajo problemas mentales", explica. Terminó expulsado de los Marines por mala conducta tras disparar sin autorización.

Después, en su vida de civil, hizo de todo: "Estuve en el sindicato forense, me dediqué a la construcción, abrí el Rio y el (también casino) New York New York, hice arreglos, conduje un taxi… Hubo momentos en los que podía trabajar, pero la vida siempre me pasaba factura y acababa renunciando".

Hoy sobrevive con US$23 que recibe el día 3 de cada mes y con limosnas esporádicas, mientras no termina de acostumbrarse a que cada vez más personas busquen refugio en su túnel.

"La razón por la que me quedé tantos años en este área es porque conocía a la gente. Pero ahora hay algunos nuevos y realmente no me relaciono con ellos… No me relaciono con nadie… Soy más bien un tipo solitario".

"¡Sí, eres un solitario!", grita una voz desde la oscuridad, sobresaltándonos.

Apuntamos con la linterna. Hay un hombre muy delgado tumbado sobre un cartón unos cuatro metros más allá.

"Es Glenn. Hará unos 15 años que nos conocemos", nos cuenta Rick. Es con él con quien piensa ir a las profundidades del túnel. "Vamos a ir a perdernos".

Jay o la identidad perdida

Nos despedimos de Rick, pasamos junto a su compañero de aventuras, que ahora parece dormido, y proseguimos hacia las profundidades del túnel.

Cruzamos unas partes encharcadas, aunque hace semanas que no llueve, sorteamos desechos y observamos unas estalactitas colgar del techo de cemento. Por suerte, no hay rastro de las ratas tamaño gato sobre las que nos advertía Rick.

El ruido cada vez más intenso del tráfico proveniente de la superficie nos indica que ya pasamos por debajo de la avenida Dean Martin y que nos acercamos a la interestatal 15.

Una claraboya interrumpe por un momento la oscuridad y permite la entrada de la contaminación de una de las arterias más transitadas de Las Vegas.


Jay dice que le robaron todo cuando llegó a Las Vegas hace 14 años y que no ha conseguido una identificación desde entonces.

Avanzamos con paso firme durante otros 10 minutos hasta llegar a un cartón doblado en forma de U apoyado en la pared, del que cuelgan un par de calcetines, un trapo y una bolsa de plástico sujeta con una pinza.

"Ya voy. Me estoy atando los zapatos para estar presentable", dice una voz amable desde el interior de la efímera estructura.

Es Jay y parece contento con la visita, dispuesto a ser retratado. "Hasta me he puesto maquillaje", bromea.

Tiene "unos 47 años" y llegó a Las Vegas hace 14 en autobús desde Nuevo Hampshire, un estado en el extremo noreste de EE.UU.

"¿Quién me iba a decir que una vez aquí me robarían el pasaporte, mi tarjeta de la Seguridad Social, todo, y que me quedaría con US$27 en el bolsillo?".

Dice que, por mucho que lo ha intentado en estos años, no le ha sido posible conseguir una identificación y que por eso lleva los últimos nueve viviendo en el sistema de drenaje de la Ciudad del Pecado.

Esa es la versión resumida de un relato repetitivo y enmarañado. Jay es hablador y seguirle el ritmo cuesta tanto como apartar la mirada del ojo que le falta, el izquierdo, y que perdió tras recibir un disparo en la cabeza.


Jay muestra el lugar en el que duerme dentro del túnel.

"No es una gran historia. Si me la hubieran contado no la hubiera creído, porque no es realista. Pero es la verdad".

Dice que se diferencia de otros habitantes de la Las Vegas subterránea en que ya no consume drogas —aunque las haya probado todas— y en que trata de mantenerse optimista, porque lo contrario es "una pérdida de tiempo y energía".

Sus pertenencias suman, además de las tres paredes de cartón, una almohada y unas cuantas cobijas, un carro de supermercado, varios bidones de agua, dos cubos para lavar la ropa, jabón, lejía y una escoba.

Con eso y la comida que consigue comprar tras vender chatarra sobrevive en este lugar que asegura está "encantado".

"No es como en la televisión, como en "Los cazafantasmas". Es otro nivel de anormalidad, de cosas que se pueden explicar y otras que no", trata de aclarar.

"¿Cosas que no se pueden explicar?", le pregunto.

"Sí, como muy lejanas, algo que se mueve. Hace algunos años era tan malo que nadie se quedaba aquí después del anochecer. Así de malo era, brutal. Definitivamente he vistos algunas cosas aquí… Y te persiguen, se encariñan contigo. Yo trato de ignorarlo, porque existía antes que yo y ahí seguirá".

Y con ese comentario que baila entre la fantasía y la metáfora nos despedimos, no sin antes entregarle un sándwich, una bolsa con básicos de higiene y una tarjeta regalo para comer en McDonald's.

Joe, una luz en el túnel

En realidad, la comida se la ha dado Joe Riordan.

Este hombre de tupido bigote y vivos ojos azules estuvo "a dos malas decisiones de ser un Jay o un Rick" y ahora colabora como voluntario con Shine A Light, una organización que ayuda a los sin techo que viven en este inframundo.


Joe Riordan y Robert Banghart, voluntario y director de divulgación de Shine A Light, quienes descienden cada sábado a los túneles a visitar a sus habitantes y ofrecerles ayuda.

"Estamos a 55 pies (unos 16 metros) por debajo de donde se está almorzando por US$1.000", le dice a la fotógrafa que nos acompaña, señalando al techo.

Luego, cuando una vez fuera revisemos Google Maps para entender nuestro recorrido y miremos el mapa del sistema de canales y desagües de Las Vegas, nos daremos cuenta de cuán literal era su comentario.

Y es que el túnel de Jay y de Rick transcurre cerca del Caesars Palace, uno de los hoteles-casino más conocidos del Strip, escenario de innumerables películas y donde Celine Dion y Elton John tuvieron residencias permanentes.

En uno de los restaurantes que tiene en su plaza romana, el Hell's Kitchen de Gordon Ramsay, el televisivo chef que cuenta con nueve estrellas Michelin, se llega a pagar US$56 por una docena de ostras.

Y los precios se disparan en el Bedford, de la no menos famosa Martha Stewart. Está en el casino Bellagio, a apenas 10 minutos a pie, y te cobran más de US$109 por un filete y US$1.500 por una botella del champán Dom Pérignon rosé, cosecha del 2008.


Algunas de las pertenencias de Beverly en el túnel frente al casino Rio.

En almuerzos como esos, habitaciones de hotel, taxis, tiendas, conciertos, el póker, la ruleta y demás juegos de azar de los casinos los turistas gastaron el año pasado US$44.900 millones, sin sospechar siquiera que bajo sus pies había quien sobrevivía a base de sándwiches donados y lo encontrado en la basura.

Son datos incluidos en el más reciente informe de la Autoridad de Convenciones y Visitantes de Las Vegas, hecho público en abril, y ponen en evidencia el abismo entre los dos mundos.

Aunque ambas realidades están de alguna manera relacionadas, le dice a BBC Mundo Matthew O'Brien, el primer periodista en descender a los intestinos de la ciudad y escribir sobre los que allí residen en la revista local Las Vegas City Life y luego en sus libro Beneath the Neon ("Bajo el neón", 2007) y Dark Days, Bright Nights: Surviving the Las Vegas Storm Drains ("Noches oscuras, días luminosos: sobrevivir en los desagües pluviales de Las Vegas", 2021).

"Los habitantes de los túneles sobreviven de las sobras, del exceso de Las Vegas", explica. "Recorren los casinos, buscan el dinero que ha caído al suelo o ha quedado en las máquinas, mendigan entre los turistas".

Pero la relación va más allá.

"Muchos de los que entrevisté en los túneles no eran personas sin hogar cuando llegaron a Las Vegas. Se mudaron allí por las mismas razones que yo: por cambiar, por buscar una nueva vida, perseguir otros sueños", prosigue O'Brien, quien fundó Shine A Light en 2009 como un proyecto comunitario y nos habla ahora por teléfono desde El Salvador, donde reside desde hace unos años.

"Y quizá no pudieron encontrar trabajo o tal vez se volvieron adictos al juego, a las drogas que están tan a mano en las calles, y algunos terminaron viviendo bajo aquellos mismos casinos que los habían atraído a esta ciudad de Nevada".


Los túneles ofrecen protección del calor y los vientos del desierto de Mojave y mantienen a sus habitantes ocultos.

Porque Las Vegas, una urbe que no duerme, es al mismo tiempo un imán y una fábrica de personas sin hogar, concluye.
Continúa...

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