Era marzo del año 1939. Billie Holiday se preparaba para cantar el último tema de la noche en el Café Society de la ciudad de Nueva York. Pidió a los camareros que interrumpieran el servicio y, con un único foco en la sala que señalaba directamente su rostro, empezó a cantar.
De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.
Sangre en las hojas, sangre en la raíz
Cuerpos negros se balancean en la brisa sureña
La fruta extraña cuelga de los álamos.
Aunque Billie, a sus 23 años, ya tenía fama de rebelde e irreverente, nadie estaba preparado para algo así. Pero, cuando continuó, la sorpresa fue mayor. Era la letra más dura que los presentes jamás habían escuchado en una canción.
Escena pastoral del valiente sur.
Los ojos saltones y la boca retorcida.
Aroma de las magnolias, dulce y fresco.
Y el repentino olor a carne quemada.