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Expresidentes inmarcesibles

Marzo 19, 2022

Juan Carlos Echeverry

El mayor temor de muchos colombianos es seguir el camino de Venezuela. Una de las claves para evitar ese camino es entender el papel que jugaron allá los expresidentes Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez. Por inmarcesibles, no permitieron renovar la clase política, pues querían gobernar por interpuesta persona y volver al poder a los 12 años, como permitía su constitución.

Cuando salió un gallo fino, el coronel Hugo Chávez Frías, lleno de mentiras históricas, frases de Bolívar, lamentos latinoamericanos y una visión delirante de Venezuela, no hubo en Copei ni en Adeco, partidos carcomidos por la corrupción, un gallo que supiera hacerle frente. 20 años después, solo queda Maduro. No hay expresidentes, ni Copey, ni Adeco, ni Venezuela. Por no renovar los liderazgos, Venezuela cayó por un desfiladero del que nadie parece poderla sacar.

El papel pernicioso de los expresidentes no es monopolio tropical o tercermundista. El ascenso de Trump estuvo marcado por la insistencia del clan Clinton de que Hilary fuera presidente; y del clan Bush que Jeb, el hermano menor, siguiera la tradición presidencial de su papá y su hermano. Obama forzó a Hilary esperar ocho años, y Biden tuvo que hacer cola doce años. Hilary no fue presidente, pero aniquiló a una generación de líderes jóvenes que abandonaron la política y se dedicaron a los negocios o la academia. Cuando apareció un gallo como Trump, arrasó con Jeb Bush, Hilary y todo lo que encontró a su paso.

En Estados Unidos, a excepción de Trump, el procedimiento para elegir presidente no pasa por pedirle permiso a los expresidentes. Consiste en una mezcla de éxito político en gobernaciones, alcaldías, ministerios o el Congreso, sumado a la disciplina partidista, y a una tenaz competencia de las elecciones primarias de cada partido.

En Alemania y España las estructuras partidistas van escogiendo a los herederos del poder. Se dan aciertos, como Angela Merkel, conservadora; Olaf Scholz, social demócrata; Felipe González, Psoe y Aznar José María Aznar, PP; como descaches: Rodríguez Zapatero, Psoe. Miré la lista de cancilleres alemanes buscando uno malo, y ¡no lo encontré desde 1949!.

En Colombia, en contraste, se entronizó el dedazo o la sucesión de sangre, como métodos para llegar a la primera magistratura. Veamos los últimos ochenta años. Guillermo León Valencia era hijo del poeta Guillermo Valencia, candidato conservador en 1918 y 1930. Carlos Lleras Restrepo era primo de expesidente. Misael Pastrana fue el dedazo de Mariano Ospina Pérez, a su vez descendiente de una tradición familiar centenaria en la presidencia. López Michelsen provenía de una sucesión de sangre, al igual que su contendor Álvaro Gómez. Julio César Turbay tuvo el dedazo de López. Belisario Betancur, la excepción, fue fruto una lucha de cuatro candidaturas. Virgilio Barco, tuvo el dedazo de López (“¿si no es Barco quién?”). Gaviria fue un dedazo de Juan Manuel Galán, hijo de Luis Carlos Galán que tuvo el dedazo de Carlos Lleras Restrepo. Ernesto Samper, un dedazo de López. Andrés Pastrana hijo de presidente. Álvaro Uribe, igual que Belisario, salió de una lucha regional exitosa. Juan Manuel Santos, un dedazo de Uribe y por último Iván Duque, otro dedazo de Uribe.

En 60 años sólo dos presidentes no han salido de una tradición de sangre o un dedazo. Ahora, según una caricatura de Osuna en El Espectador, cuatro expresidentes cargaban a cuatro candidatos: Juan Manuel Santos a Alejandro Gaviria (también cargado por César Gaviria); Álvaro Uribe a Oscar Iván Zuluaga; César Gaviria a Gustavo Petro; y Andrés Pastrana a David Barguil.

La competencia entre candidatos es realmente entre expresidentes. No sorprende que los debates sean insulsos y banales, centrados en mezquinas acusaciones y rencillas de barrio. Los expresidentes se han convertido en una especie de guadaña que nivela según su inclinación personal. ¿Estaremos otros sesenta años con esta tradición cuasi-dinástica, arcaica, en que la sangre o el dedazo define el éxito político?

La culpa la tienen en parte los donantes adinerados y el pueblo. Los aportantes financian las campañas de personas que sean conocidas, y, en muchos casos, favorecidas de los expresidentes. A la gente en la calle le sucede lo mismo. Hay tal hastío con la política que prefieren oír al político más por ser una celebridad, que por lo que tiene para decir. En esas circunstancias, el dinero y la gente buscan al conocido. Las personas conocidas son pocas, unos futbolistas, unos actores o cantantes, y unos políticos; sobretodo los expresidentes. Eso explica que cuando aparece un hijo de presidente o un delfín señalado a dedo, tanto los financiadores como el público lo acogen.

Hay tantos problemas serios, que es un predicamento deprimente para los aspirantes pasar más tiempo cortejando expresidentes que preparándose, entendiendo la complejidad, pensando soluciones y atrayendo talento.

¿Pueden los expresidentes renunciar a semejante prerrogativa? ¿Puede Colombia encontrar un sistema alternativo, si este ahorra plata a los aportantes y esfuerzo al pueblo? ¿El resto de los colombianos debe esperar en promedio 40 años para que entre alguien foráneo a ese régimen?

Michael Sandel escribió 164 páginas quejándose de la "tiranía del mérito". Podría escribir volúmenes quejándose de la tiranía de los expresidentes. Este es un sistema atrofiado, que produce resentimiento en las provincias, desespera a los jóvenes y hastía a los viejos, que ven pasar generaciones sin un avance.

¿Será 2022 un año de renovar al sistema político? Ya hay un gallo fino, Gustavo Petro, que, de hecho, presumiblemente ha sido cortejado por tres expresidentes. ¿Encontrará a alguien que le quite el velo a su sarta de mentiras históricas, sus frases hechas, sus lamentos latinoamericanos y su visión delirante de Colombia? Ingrid Betancourt, Sergio Fajardo, Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández, en estricto orden alfabético, tienen ese reto. Para su bien y el del país, deben representarse a sí mismos y no a los inmarcesibles.
Fuente: La Silla Vacía

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