No va a desaparecer, pero su ocaso llegó. Su influencia seguirá siendo importante en la política colombiana y se le recordará por abrirle el camino al proceso de paz de Santos al golpear con tanta dureza a las Farc que las instó a conversar como única manera de sobrevivir. También tendrá su cupo histórico como instigador del "todo vale", interpretación criolla del maquiavélico principio: "El fin justifica los medios".

Pero como en los inolvidables versos de T. S. Eliot: “The problem once salved, the brown god is almost forgotten” (“Solucionado el problema, el dios queda casi olvidado”), desaparecida la principal guerrilla del hemisferio, cuyos crímenes impulsaron sus dos mandatos, su razón de ser desapareció con ella.

Hasta su muerte será el símbolo de la extrema derecha y sus soluciones de fuerza y se le seguirá venerando por décadas hasta que las nuevas generaciones, lejanas de su política de odio y de venganza, lo reducirán a sus justas proporciones, un lugar en la historia de la violencia en Colombia, ejemplo de lo que no debe ser nuestro país.

Comienza la época de los estadistas y termina la de los guerreros.