Desde que se tiene memoria, las estatuas son derribadas por grupos contrarios a lo que representan. Cuando el emperador Constantino declaró el cristianismo como la religión oficial, hordas de creyentes derribaron las estatuas de los antiguos dioses a lo largo y ancho del imperio.

Para no ir muy lejos, al desaparecer la Unión Soviética, muchas estatuas de los jerarcas comunistas fueron destruidas. En Iraq sucedió lo propio. Llamativo, porque se transmitió como en un reality, fue el derribo de la estatua de Sadam Hussein en Bagdad cuando estaban por llegar las tropas de Estados Unidos.

Hoy, en América, se está forjando una identidad propia que incluye el rechazo a las invasiones de las potencias coloniales. El episodio de la estatua de Belalcázar es apenas uno de muchos. Los herederos de los esclavistas les rindieron homenaje porque el mundo de privilegios en el que vivían se lo debían a ellos, pero los tiempos cambian y el mundo se mira de otra manera.

De todas formas, queramos o no, los antiguos invasores siempre serán parte de nuestra historia y de una u otra forma los recordaremos porque representan en alguna medida lo que hoy somos como nación.

No podemos cambiar el pasado, pero el futuro depende de lo que hagamos hoy. Eso es lo que debemos tener en mente.