El problema de Duque es su falta de experiencia y su débil personalidad que le impide tomar distancia de su jefe político y conectarse con el país. Pocas cosas le salen bien porque no tiene liderazgo, carece de una hoja de ruta y se mete en peleas ajenas.

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Dos años perdidos Por HÉCTOR RIVEROS · 11 DE JULIO DE 2020 El Presidente Duque llega a la mitad de su período sin ningún resultado a la vista. Por carecer de una visión del país, por su falta de liderazgo y experiencia y claro, ahora, por la desgracia de la pandemia la sociedad colombiana parece sin rumbo. Los indicadores de todos los sectores están estancados o son negativos y solo hay pequeños logros que ni de lejos aportan a cambios importantes. Se dirá que la pandemia modificó todo y que es injusto hacer un balance ahora cuando el Gobierno ha tenido que enfrentar una de las peores tragedias de los últimos cien años, pero eso es solo parcialmente cierto, en realidad la pandemia no cambió sino que agravó la evaluación de la gestión de Duque, que a mitad de marzo, 20 meses después de arrancar ya era bastante mediocre. Claro que el desempleo ha llegado a niveles históricos atribuibles a la pandemia, pero en los 20 meses anteriores, todos los meses el DANE había reportado un deterioro de las cifras, en medio de una especie de perplejidad gubernamental que había llevado a que el Ministro de Hacienda exclamara sin tapujos: “No entiendo todavía a cabalidad qué es lo que sucedió ni cuáles son las mejores medidas que podamos tomar para corregir esta dinámica”. Ahora la situación tiene visos de dramática sin que Duque proponga nada innovador, algo a que apostarle, alguna idea para, como él diría en esas frases de cajón que le gusta usar: “convertir las dificultades en oportunidades”. ¿Con qué vamos a reemplazar centenares de miles de puestos de trabajo perdidos en sectores que difícilmente se van a recuperar en los próximo dos años como el turismo o el entretenimiento? Créditos o incluso subsidios son insuficientes para sectores en los que la demanda se va a deprimir indefectiblemente un rato largo. Nadie, en el gobierno, está pensando en cómo captar al menos una pequeña parte de los empleos que ya se están creando para absorver el traslado de millones de transacciones y actividades al mundo virtual. Con el descubrimiento forzado del teletrabajo, centenares de servicios se harán en forma permanente de manera remota y por tanto podrán prestarse desde Nueva York o desde Buenaventura, o digamos, desde Bogotá o Cali. El crecimiento de trámites y solicitudes que se harán por medios virtuales será como el de la pandemia: exponencial, y ¿alguien está intentando que los trabajadores que los atienden desde cualquier lugar del mundo estén en Colombia y no en Perú o en Costa Rica? El uso de fórmulas tradicionales para enfrentar problemas tradicionales o incluso tragedias inimaginadas es el reflejo de la que es tal vez la mayor debilidad del Presidente Duque: su falta de visión. Pocas políticas de su gobierno son verdaderamente innovadoras. Algunas en educación antes de la pandemia y otras en energía, que prefirió sacrificar por transacciones políticas que llevaron a la dimisión de la Ministra. La fórmula de un gobierno exitoso comienza precisamente con todo lo contrario: la suma de una visión estratégica con un liderazgo transformador. Parecemos condenados a que los cuatro años de gobierno nos dejen, en el mejor de los casos, en el mismo lugar en el que estabamos, sin avances significativos en ningún sector e incluso con retrocesos importantes en varios y eso era ya así sin los efectos de la pandemia y no como el resultado necesariamente de las diferencias ideológicas o de la polarización en que se ha sumido la política colombiana, sino en la incapacidad presidencial para señalar el rumbo, el que quiera, no necesariamente uno que compartamos todos, pero alguno. Es contradictorio y frustrante que eso sea así porque se trata de una persona joven, disciplinada, que vivió una buena parte de su vida en el extranjero, que creció a la par con las enormes transformaciones digitales, que aunque por razones tácticas se convirtió en vocero de un proyecto político retardatario se formó en un pensamiento más liberal y contemporáneo. Ya en el gobierno se ha limitado a oír y aprobar lo que le proponen sus ministros y no a “dar línea”, a liderar. Aunque ha llenado los puestos oficiales de sus contertulios juveniles en Washington, su equipo es técnicamente bueno pero sin conducción y no ha demostrado tener criterio para desechar las propuestas inconvenientes. Se dejó meter en las objeciones a la jurisdicción especial de paz de las que salió con una derrota política de enormes dimensiones, se ha dejado “cabestriar” de Trump en relación con Venezuela y el combate contra las drogas ilícitas con resultados negativos, asumió la pelea con Cuba que le vendió su Consejero de Paz sin que nadie sepa eso para qué sirve, resolvió agenciar una política tributaria cada vez menos progresiva, compró la idea de la cadena perpetua que quedó sorprendentemente peor de lo que era. Durante su gobierno ha develado un rasgo inesperado de su personalidad que es la poca empatía con las víctimas de las innenarrables tragedías que se viven en el país permanentemente. Aunque rechaza el asesinato de líderes sociales, su reacción parece más de libreto de que auténtico sentimiento, igual que como parece la fórmula que repite todas las noches después de dar cuenta de las muertes que está generando el Covid 19. El inevitable balance de mitad de gobierno habrá que hacerlo con indicadores objetivos, ¿cómo estabamos antes y cómo estamos ahora?, así tendrá que ser en seguridad, en infraestructura, en empleo y crecimiento económico, en cobertura y calidad de la educación, de salud y de servicios públicos domiciliarios, pero a la hora de buscar las causas de porqué estamos de una manera u otra hay que comenzar por las condiciones del líder.

Fuente: La Silla Vacía