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elaliendel8
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Los mejores licores
Lluvia romana

Transcurrían los hermosos años 90. Concierto de conciertos, November Rain con lluvia en noviembre en el campín (los gunners dejaron sus habitaciones en el Tequendama impregnadas por una lluvia de mierda (literalmente (literal de litera))). Lo más parecido a un iphone era una calculadora de funciones, un walkman y un teléfono inalámbrico pegados con cinta gris (como la de Macgyver).
Transcurrían aquellos años maravillosos y las fiestas de grado de la universidad saturaban todo el espacio social del que yo disponía. En alguna de esas celebraciones (olvidé una pequeña pero importante recomendación: lean este texto imitando la voz en off de Kevin Arnold) con la familia, tuve la oportunidad de reencontrarme con (llamémosla Winnie Castro). Una prima guapa, con carácter, inteligente, agradable... claro, no existía una relación de cosanguinidad entre ella y yo (era la hijastra de un tío prematuramente enviudado) y no lo aclaro por las inquietantes cuestiones de incesto (en culombia es legal casarse con los primos) que ni me importan; lo digo porque, siendo una mujer atractiva, fuerte, culta, no podría compartir una herencia genética común inmediata con alguien como yo, cuyo máximo logro ha sido ganar un balón de baloncesto en una rifa en una piñata en una primera comunión en un salón comunal.
Por alguna extraña razón yo le gustaba a esta hermosa mujer: dos años mayor que yo, profesional en ejercicio, etc maldito etc. Tal vez era la cercanía, la confianza de la familia que nos permite ver con otros ojos a personas que en otro evento se relacionarían de forma muy distinta (distante) con nosotros. Tal vez era eso. O tal vez no era nada.
Para no alargar más esta infame anécdota, retomo (voz de Kevin Arnold) la parte de la fiesta en la cual se llevó a cabo el acto que nos concierne. Era diciembre y celebrábamos el grado del colegio de algún otro primo (no me acuerdo de quién o no quiero acordarme. Ustedes deciden. Relato interactivo) y ella estaba allí. Con la usual amabilidad y cercanía bailamos, conversamos, nos pusimos al tanto de los cambios del último año. Al borde de una botella de güisqui que me bajé de la cocina, buscamos un refugio para coquetearnos en nuestro idilio de correlatividad política. Le conté que tenía todo listo para pisar otras tierras (pa' pisarme diría mi ñero interior) el año siguiente, me contó que iba en una relación a enseriarse con relativa prontitud (suena de fondo "a lithium help from my friends" de Joe Cooking) y pues una cosa llevó a la otra y entre tragos, sabiendo que no tendríamos segundas oportunidades, nos metimos en un cuarto. Pero ella estaba con náuseas, aunque se esforzaba por reprimirlas para poder pasar sin contratiempos a cuarta, quinta y sexagesimonovena base. Su esfuerzo fue vano. Me tocó llevarla con sutileza al baño de la habitación, donde me pidió que la ayudara a apoyarse frente al lavamanos para echarse agua en la cara. Por iniciativa suya, empezamos a rozarnos frente al espejo, nos besamos un poco y retiramos las prendas que impedían el efectivo contacto de la parte más misteriosa del cuerpo (no señor lector que no se ha ido a hacer cosas más divertidas y edificantes que leer este relato tan desmesurado, no me refiero al misterioso y enigmático apéndice) y pues, sin más eufemismos románticos disponibles y con la voz de Kevin Arnold montada con este relato gracias a alguna aplicación de celular me limito a decir 'se lo empaqué'. Porque la vaina me quedó clara en ese momento. No era 'para elisa' o 'claro de luna'. No era un vals de amor... eran los helicópteros tropicales haciendo sonar 'Die Walküre' en medio de una lluvia de napalm... eran las valquirias llenas de hormonas y con ganas de coger, no era amor. Pero, me distraigo. Conocen la emetofilia? Pues no es lo mío. Y lo comprobé en ese mágico y hormonal momento en el que, mientras ella me agarraba las caderas desde su posición y me obligaba a estar muy dentro suyo, yo le sostenía el cabello y se lo ubicaba en el zenit de su cráneo para que no se lo embadurnara con vómito fiestero.
Comimos de lo lindo, bebimos de lo lindo y luego, en el momento del sexo, ella vomitó de lo lindo, pidiéndome entre arcadas que no la fuera a soltar (estábamos soldados por la parte de adelante). Ya dejé claro que no soporto los olores fuertes. Ni caquita ni chuchita ni nada de eso. Realmente hice un esfuerzo de juventud latente para no vomitar al unísono con mi amante, que para colmo, fue mi primera multiorgásmica.
Creo que a ella le excitaba esa situación.
Yo era joven y me excitaba hasta viendo fotos de tribus polinésicas en la revista nachional yiografic, así que me era fácil mantener una erección aun durante un bombardeo de una flota de aviones b52. Entre vómitos y sodomía evocamos a los griegos y a los romanos en una noche que terminó con una despedida un tanto triste al salir del baño. Ella parecía entender, en medio de su jinchera, que yo sólo era un capricho de niña consentida, un juguete que se desempaca y se tira casi de inmediato (siempre anhelamos lo que no podemos tener, pero cuando lo tenemos, lo desechamos sin remordimiento) y yo sólo podía pensar en que mi novia me estaría esperando unos pocos meses después y a unos cuantos países de distancia, y que esperaba que ella nunca se enterara de lo que hice jincho y vomitado en una fiesta de grado.
Antes de despedirnos esa noche, con mucha ternura la abracé y retiré un fragmento de zanahoria que tenía en su cabello sin que se diera cuenta (no señor lector, no me lo comí. Me gustan las cosas normalitas en el sexo y en la vida).
A veces es complicado contar ciertas mierdas.
Feliz mañana, tarde o noche.

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