La democracia, con sus imperfecciones, es la que funciona; a medias, pero funciona. Lo complicado es cuando se cuelan los extremistas de izquierda y de derecha y se aprovechan de sus bondades para imponer su ideología excluyente. Con ellos, la democracia queda reducida a un mísero disfraz de carnaval que les sirve para saquear el Estado y la conciencia de sus gentes.

De ahí que este populismo perverso prenda en el ánimo de las masas cuando la corrupción llega a extremos inconcebibles. En Venezuela, la derecha (COPEI y AD) saqueó y despilfarró los recursos del Estado hasta el punto que el pueblo, desesperado, escogió un mal peor que la enfermedad y eligió a Chávez, un camino directo al precipicio.

Lo peor del cuento es que con la caída de Maduro no hay mayores soluciones. Regresará al poder la derecha que se robó a Venezuela. Lo deseable es que triunfen las fuerzas de centro, pero es demasiado pedir.

Esperemos que en Colombia, donde la corrupción permea todas las capas de la sociedad, no se le esté abriendo el camino al extremismo de izquierda. Sería cambiar el cáncer por el SIDA.

Confiemos en que las fuerzas del centro, encabezadas por las doctrinas liberales (nada que ver con el corrupto partido liberal) ganen las elecciones y fortalezcan la democracia pluralista que conduzca a Colombia a un mejor destino.