Creo más bien que es una cuestión de ego. Mientras Santos, uno de sus peores enemigos, tiene la admiración internacional, está pasando unas deliciosas vacaciones en Estados Unidos y se apresta a asumir sus cátedras en dos de las más prestigiosas universidades del mundo (Harvard y Oxford) Uribe no quiere someterse a la humillación de sentarse en el banquillo de los procesados rindiendo indagatoria como cualquier vulgar delincuente.

Para un caudillo, sacarlo de su castillo de oro y lisonjas, y sentarlo ante un juez es una sanción social que lo sacude más que la propia cárcel porque no puede posar de víctima ya que es la oportunidad que le abre la justicia para ser escuchado y defenderse. Pero queda en su hoja de vida la condición de procesado, como la tuvieron la mayoría de los hampones que lo acompañaron en su gobierno. Una mancha que no se quita ni con el detergente del populismo.