Los movimientos guerrilleros en América Latina tuvieron su sustento en los años sesenta del siglo pasado, con un Vietnam de ejemplo, con la victoriosa revolución cubana, con la guerra fría en su apogeo, con el avance del comunismo en Asia, África y Europa, y con la intolerancia mayúscula de las clases dominantes en nuestro continente.

Medio siglo después, con la disolución de la Unión soviética y con ella la desaparición de los regímenes comunistas de Europa Oriental, con el fracaso económico del marxismo-leninismo y la atemperación de Cuba, con el triunfo electoral de alternativas de izquierda, unas fracasadas (Venezuela, Nicaragua), otras con resultados agridulces (Argentina, Brasil y Bolivia) y unas más con buenos resultados (Uruguay y Chile), la alternativa militar no tiene ninguna razón de ser.

Este "reagrupamiento" del que se habla no tiene razones ideológicas sino monetarias, pues lo que se quiere es centralizar el negocio del tráfico de estupefacientes en un gran cartel, pero también esta modalidad ya pasó su época.

El Clan del Golfo, golpeado duramente por la fuerza pública y en plan de sometimiento a la justicia después de los golpes certeros a su estructura, es un valioso ejemplo de cómo estos "reagrupamientos" son un suicidio. En un par de años les tocará subdividirse en pequeñas bandas si quieren sobrevivir.

La era de las Farc ya se terminó y eso lo entendieron sus líderes. Lo que resta son pataletas de ahogado de fósiles que se niegan a irse al museo de la historia. A punta de plomo, de cárcel o de huida eterna en el monte, serán reducidos a su mínima expresión.