Hoy durante el almuerzo con un amigo me dijo algo muy diciente: estamos tan jodidos en Colombia que para enfrentar a un hijueputa se necesita un malparido.

Para un Uribe se necesita un Petro. Son las dos caras de la misma moneda. Soberbios, fanáticos, encantadores de serpientes, de odios y verbo fácil.

Esta es la campaña de las emociones, de los fanatismos, de las sectas y los caudillos, de los insultos y la corrupción. No gana el más sensato sino el más visceral.

Es la campaña del miedo: miedo a que regrese Uribe con sus falsos positivos o miedo a que llegue Petro y su populismo trasnochado.

No se va a votar a favor de Uribe o de Petro sino en contra de lo que cada uno representa. Votar contra Uribe es votar contra los ricos explotadores y votar contra Petro es votar contra la chusma vaga y resentida.

Así de simple, de primaria, se volvió nuestra política. El que gane llega a arrasar el legado del anterior y el que pierda llega al congreso a no dejar gobernar al elegido.

Si gana Duque, Petro tomará las banderas de la oposición y le amargará la vida durante cuatro años. Si, por el contrario, gana Petro, Uribe incendiará el país en su contra.

Mientras tanto, De la Calle y Fajardo, dos talantes distintos, vivirán sus horas oscuras ahogados en su decencia, mientras el oportunismo de Vargas Lleras se hundirá sin remedio al no alcanzarle las maquinarias para ganar a destajo.

En el país de los hijueputas, bienvenidos los malparidos.