Izquierda, derecha, el mundo en blanco y negro. Ni toda la derecha es extremista como el clan Le Pen, el uribismo o el Ku Klux Klan, ni toda la izquierda es delirante como Kim Jong-un, Maduro o los Castro. En medio hay un sinnúmero de matices de acuerdo con las sociedades en las que se forman, los momentos históricos y las situaciones políticas.

La izquierda chilena o la uruguaya no puede compararse con la venezolana o la cubana, lo mismo que de la derecha alemana o japonesa puede predicarse que sean iguales a la colombiana o a la mexicana.

Incluso si nos fijamos en la propia Colombia, la derecha urbana que representan Vargas Lleras y Santos tiene grandes contradicciones con la derecha rural cuyo líder es Álvaro Uribe, no sólo por su concepción del mundo sino también por el grado de ilustración.

Muchas derechas, muchas izquierdas. Por ello está distinción ya no sirve para interpretar el mundo político donde son muchas las corrientes de pensamiento y las fronteras antaño tan claras hoy se han vuelto tan difusas que cuesta distinguir en donde está cada quien, salvo que se emplee la lupa del fanatismo.

Y en cuanto a las mentiras, los extremos del péndulo político son los campeones, aunque quizás se note más y sean más efectivas las que propaga la que está en el poder para evitar que el otro extremo se lo arrebate.

De todas formas, como la perinola, en política todos mienten, todos ganan. Al fin y al cabo, como bien lo dice Pérez-Reverte en "El club Dumas", "en política, negocios y sexo, traicionar sólo es cuestión de fechas"