Vicky habla con la ingenuidad de la clase media que examina la vida de los demás mirándose al espejo. Santos es un oligarca y no ha dejado de serlo. Nunca ha sido popular fuera de los exquisitos salones del poder en los que se ha movido toda la vida. Cumplió con el cometido de su familia, ser presidente como su abuelo y como lo serán seguramente sus descendientes.

Mientras la mayoría de colombianos lo señala, lo insulta, lo cuestiona, Santos, que nunca se sintonizó con la gente del común, termina su mandato viajando a visitar a los de su clase, asiste a deliciosos cocteles, recibe homenaje tras homenaje y prepara su dorado retiro en una elegante mansión en Londres, punto de partida para viajar por el mundo como Nobel, dictar conferencias y escribir sus memorias por las que recibirá mucho dinero y aplausos.

Y para rematar, aunque le tocó soportar al campesino que utilizó para llegar al poder y luego lo despachó como siempre lo hacen los oligarcas, le deja como herencia a otro oligarca, a un Lleras que, como los Santos, también nacieron en cuna de oro. Este nieto de Carlos Lleras, de rancia estirpe, que también traicionó al arriero de Salgar, va a ser el próximo presidente.

Uribe sabe montar a caballo, habla chabacano como buen campesino, y a punta de zurriago quiere seguir gobernando a Colombia, pero aún el frac le queda chiquito. Muy a su pesar le tocará esperar cuatro años más porque el heredero de Santos lo va a dejar viendo un chispero en 2018.

Entre los oligarcas, como entre los bomberos, no se pisan las mangueras. Hay que ver los aplausos de los principales gremios económicos del país cuando Vargas Lleras presentó su programa de gobierno. Es de los suyos.

Sí, pobre Santos. El que ríe de último ríe mejor y aún Uribe no se da cuenta.