No estaría tan seguro, César. El desgaste de Uribe (50% de imagen negativa) también se siente dentro de su partido. A la luz están saliendo las peleas internas entre el ala progresista (Iván Duque) y el ala extremista (José Obdulio Gaviria y Fernando Londoño) y aunque el salgareño tiene la autoridad para imponer el orden, no quiere dejar egos lastimados que pueden convertirse en una bomba de tiempo.

Además, -él mismo lo ha expresado-, el CD no tiene la capacidad por sí mismo de ganar las elecciones y debe armar una alianza con toda la extrema derecha para conseguir pasar a segunda vuelta y pelear la presidencia con posibilidades reales de ganarla. De ahí la importancia de la alianza con Pastrana que le suma votos conservadores y con Ordóñez que le asegura el apoyo del sector ortodoxo del catolicismo, aparte de conseguir el apoyo de una parte de los protestantes extremistas como Arrázola en la costa.

Sin embargo, aparte de las maquinarias regionales donde las lealtades o las ideologías no importan sino los negocios de las castas políticas que sólo piensan en el bolsillo, una gran parte de los empresarios le apuestan a un país en paz y por ello el poderoso grupo antioqueño respalda a Fajardo y algunos a Vargas Lleras.

Uribe llegó a su techo y esto es lo llamativo de las próximas elecciones que, de ganar, le toca repartir el poder con sus aliados. En cambio, sus adversarios, como los verdes (ya no tan biches como en la era Mockus) tienen mucho espacio para crecer y con la llegada de Gaviria a la dirección del liberalismo, los rojos adquieren nuevos bríos.

Al final, dos grandes coaliciones se van a enfrentar. Ganancia incierta. Las fuerzas están parejas y cualquier cosa puede pasar, incluso que gane un tercero inesperado. Ahí está el peligro. Río revuelto, ganancia de pescadores, y eso lo manejan con maestría los populistas. En su momento lo hizo Uribe, pero hoy surgen otros y ante el asco de los votantes por tanta corrupción, pueden dar un salto al vacío.