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Kaffeetrinker 2 Respuesta: ‘Le dejo a mi sucesor un país sin Farc’: Santos

El último año del presidente Santos

Con los cambios de gabinete, Juan Manuel Santos busca más gobernabilidad que popularidad para concluir el proceso de paz, enderezar la economía y manejar la crisis de Venezuela.


El año que le falta a Juan Manuel Santos en la Presidencia va a ser el más difícil de todos. Lo ha sido para sus antecesores. El sol a la espalda golpea siempre a los mandatarios por el desgaste en el poder y por el fuego que les llega desde las campañas de quienes aspiran a sucederlos. En el caso de Santos esa realidad se va a agravar por el radicalismo de la oposición, la desaceleración de la economía y la falta de un candidato que asuma la defensa de su gobierno en la competencia electoral.

Con el comienzo de la recta final, el 7 de agosto, aparecieron nuevas encuestas que confirman la impopularidad del actual gobierno. Ni en la de Opinómetro, publicada por El Tiempo y La W, ni en la de Cifras y Conceptos, contratada por Caracol Radio y Red + Noticias, Santos llega al 30 por ciento. El pesimismo de los colombianos, en general, sigue en niveles históricamente altos. En las dos mediciones hubo repuntes en las percepciones sobre la gestión del presidente y, en especial, sobre el proceso de paz –debidas a las noticias sobre el desarme de las Farc–, pero su magnitud no es suficiente para concluir que las tendencias cambiaron y que los colombianos irán a las urnas en 2018 en busca de continuidad y no de cambio.

Santos parece entenderlo así. En una alocución televisada para presentar el balance de siete años en la Casa de Nariño, dijo que está dispuesto a “gastar hasta el último punto de popularidad” si eso sirve para salvar vidas. Una afirmación que, tácitamente, significa que el mandatario considera que el desgaste de su imagen se ha debido al proceso de paz con las Farc y que ha sido un precio necesario por una causa que lo amerita. En la última semana recompuso su equipo de gabinete ministerial e hizo cambios de otros funcionarios que reflejan ese pensamiento.

No hubo una recomposición política ni caras nuevas que podrían llevar oxígeno o carisma al gobierno, sino relevos que buscan asegurar la gobernabilidad en los últimos meses. Y más concretamente, en el segundo semestre de este año, cuando el Congreso deberá terminar de aprobar los proyectos de reforma constitucional y de ley necesarios para implementar los acuerdos con la guerrilla.

Había presiones, y hasta expectativas de un cambio en la coalición de gobierno. En las últimas votaciones en el Congreso antes del receso en marzo, los proyectos relacionados con el proceso de paz habían pasado raspando, con evidente desgano de las bancadas de Cambio Radical y del conservatismo. La ley que establece las circunscripciones especiales para las zonas afectadas por el conflicto tuvo que aplazarse porque en ese momento se podría haber hundido. En cambio, la semana pasada, después del revolcón ministerial, una mayoría holgada la aprobó. Una señal más de que el propósito de Santos para sus últimos 12 años era buscar margen de maniobra –más que aceptación en las encuestas– para evitar que el sol en las espaldas paralice la agenda de gobierno.

Todos los partidos que forman la Unidad Nacional quedaron atornillados, al menos para esta legislatura crucial. Cambio Radical, el del exvicepresidente y futuro candidato Germán Vargas, se queda con Jaime Pumarejo en Vivienda, en la misma cartera y con perfil semejante al de su antecesora, la también barranquillera Elsa Noguera. No hay cambio. Este partido ha anunciado reservas sobre el proyecto de justicia especial para la paz, que se mantendrán, pero no llegarán hasta el punto de poner en peligro su aprobación. La otra colectividad que estaba evaluando su posible retiro de la Unidad Nacional, el Partido Conservador, también seguirá en la misma posición: una parte en el gobierno –con los ministerios de Justicia y Hacienda– y otra en la oposición, encabezada por Andrés Pastrana y Marta Lucía Ramírez. Pero la facción gobiernista seguirá votando con las mayorías proacuerdo de paz, más aún bajo la presidencia de Efraín Cepeda en el Senado, proveniente de las toldas azules.

En cuanto a los otros dos partidos que constituyen la columna vertebral de la coalición, La U y el liberalismo, también quedaron amarrados. La Casa de Nariño presenta como cuotas de La U los regresos de Germán Cardona en Transporte y María Lorena Gutiérrez en Comercio Exterior. A los liberales les mantuvo el Ministerio del Interior, con Guillermo Rivera, y de Educación, con Yaneth Giha, y los reforzó con la Consejería de Paz –en manos de Rodrigo Rivera– y con el fallido nombramiento de Juan Carlos López en el ICBF. Los cambios en el alto gobierno fueron un ajuste del esquema que el gobierno ha mantenido durante siete años, más que su reforma. Más bien, una estrategia para evitar que el desgaste de la recta final pusiera en peligro la gobernabilidad.

Y eso que el presidente satisfizo a los partidos que lo acompañan en el tamaño de las cuotas, pero no en su composición. En La U hubo quejas porque habrían preferido caras más cercanas al mundo político. María Lorena Gutiérrez y Germán Cardona son de la cuerda personal de Santos. Ambos habían estado en el círculo más cercano: ella en la Secretaría General de la Presidencia y él en el Ministerio de Transporte, al que regresa. Son personas de confianza, más que de representación política, con las que el mandatario cree que podrá consolidar su legado en el campo de la infraestructura, en el que el gobierno ha hecho millonarias inversiones –en su momento coordinadas por el vicepresidente Vargas Lleras– y con el sector empresarial.

De paso, convocar a personas leales también es una jugada para generar tranquilidad en la Casa de Nariño durante un periodo en el que la campaña electoral soplará con vientos adversos y huracanados. El nuevo equipo de Palacio, con figuras conciliadoras como el vicepresidente Óscar Naranjo, el secretario general, Alfonso Prada, y ahora el consejero para la paz, Rodrigo Rivera, tendrá menos rencillas que el de otras épocas. También vuelve John Jairo Ocampo, santista desde los tiempos de la Federación de Cafeteros. Una búsqueda de paz en el interior en épocas de batalla en el campo electoral.

Porque la campaña no será fácil para el gobierno. La Unidad Nacional quedó consolidada para los trámites legislativos, pero está rota para la competencia por el poder. En una baraja tan amplia de candidatos, lo previsible es que la mayoría de las campañas sean críticas del gobierno saliente, más aún cuando el partido del presidente –La U– no contará con un abanderado propio.

En los demás, la oposición tanto del uribismo como del Polo Democrático será implacable y dura para reclamar el favor del electorado a una propuesta de rectificación y cambio. Voces independientes en el campo de la tercería –como Sergio Fajardo y las del Partido Verde– serán menos duras, pero no defenderán la obra de gobierno. Y los precandidatos del Partido Liberal, junto con Germán Vargas, optarán por críticas puntuales, sobre todo las de Cambio Radical hacia algunos aspectos del proceso de paz. Todo esto compone un escenario que no será ningún camino de rosas para la etapa final del gobierno.

Las encuestas publicadas la semana pasada a raíz del séptimo aniversario coinciden en que mejora la percepción sobre el gobierno y muestran también un deterioro evidente en la oposición del uribismo. La imagen del expresidente Álvaro Uribe por primera vez es más negativa que positiva en las dos investigaciones. Y ninguno de los precandidatos del Centro Democrático ha logrado despegar. Todos tienen altos niveles de desconocimiento y percepciones negativas. La opinión que simpatiza con el uribismo parece estar paralizada a la espera de que el jefe defina a quién pone.

El momento favorable para Santos se debe a dos razones. La primera, al desarme de las Farc. Los colombianos vieron miles de armas de este grupo en contenedores controlados por las Naciones Unidas, imágenes que hace poco tiempo se consideraban poco probables. Esa guerrilla, estrictamente, se acabó. Y esto le dio aire a la imagen del presidente, igual que ha ocurrido en otros puntos positivos del proceso de paz, como la firma del cese al fuego bilateral y el acuerdo final.

La percepción pública de Santos, a diferencia de la de Uribe, cambia como una montaña rusa según la coyuntura, y ha tenido sus mejores momentos cuando el proceso de paz ha producido buenas noticias. Según César Caballero, director de Cifras y Conceptos –que combina encuestas con estudios de grupos focales–, los ciudadanos le reconocen buenos resultados al presidente en los temas de paz, construcción de viviendas, entrega de tabletas y suspensión de exigencia de visas en el exterior.

La imagen de Uribe, en cambio, es más estable, y el rango de oscilación es mucho menor. En las últimas encuestas creció la negativa por dos razones principales. La pelea del expresidente con el periodista Daniel Samper Ospina le pasó cuenta de cobro, además del fallo desfavorable del Tribunal Superior de Bogotá, que lo obligó a retractarse. Y también, según Caballero, se produjo un desgaste del estilo de política que hace Uribe. Concretamente, a su forma de utilizar el Twitter. Los análisis de Cifras y Conceptos concluyen que aún quienes tienen una percepción positiva sobre Uribe están cansados con sus mensajes por ese medio electrónico.

Más allá de la campaña que se avecina, y de las pugnaces relaciones entre el gobierno y la oposición, la agenda del presidente Juan Manuel Santos tendrá cuatro desafíos que determinarán su final: la conclusión del proceso de paz y de las obras de infraestructura, las investigaciones de la Justicia en el escándalo de Odebrecht, la crisis de Venezuela y la estabilidad económica o, si es posible, la recuperación del crecimiento.

Ninguno es fácil. Y en una competencia tan pugnaz como la que se prevé, estos cuatro temas se pueden convertir, precisamente, en los discursos de los candidatos. Los aspirantes de todos los espectros pueden llegar a utilizar a las Farc, los corruptos, Maduro –e incluso la recesión– para construir discursos demagógicos y para crecer su imagen de enemigos a los que están dispuestos a vencer. Y un debate sin cabeza fría sobre asuntos tan complejos le puede hacer más difícil la gestión al mandatario saliente, obligado a mantener el rumbo y no ceder a las presiones populistas. Son los gajes de una campaña, y de los finales de gobierno. La etapa última de Juan Manuel Santos se parece a las del Tour de Francia que concluían con una cuesta empinada. ¿Tendrá la fuerza de Rigoberto Urán para coronar la meta?



FUENTE: semana.com

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