Ni más ni menos. Mientras nos engolosinamos con Venezuela y sus males, resulta que el castrochavismo, entendido como echar al traste la separación de poderes e imponer un régimen dictatorial en el que únicamente prevale la voluntad del caudillo, lo tenemos a la puerta. Petro o Uribe (por interpuesta persona) nos arrojarán al abismo. Esperemos que la cordura a la hora de votar nos permita elegir un candidato demócrata.

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A Venezuela se llega por la izquierda o por la derecha Por HÉCTOR RIVEROS · 05 DE AGOSTO DE 2017 No solo los “comunistas” persiguen y encarcelan opositores, reprimen manifestaciones adversas, adelantan ejecuciones extrajudiciales, censuran a la prensa y acaban con la independencia del poder judicial y de la organización electoral, también lo han hecho gobiernos de derecha. De hecho, en América Latina ha habido muchas más dictaduras de derecha que de izquierda. Pero claro, las dictaduras militares del siglo pasado llegaban al poder mediante golpes de estado sangrientos y no mediante elecciones relativamente libres en las que los ciudadanos deciden mayoritariamente romper el orden establecido por considerarlo injusto, inoperante, ineficaz o indigno. Lo que ocurre es que esos gobiernos se quieren perpetuar en el poder, cambian las constituciones, atacan a la prensa, cooptan el poder judicial y solo usan la violencia exacerbada cuando pierden las mayorías y no pueden quedarse mediante procesos eleccionarios, sino a través del uso de la fuerza. En Colombia, cuando más cerca hemos estado de un régimen como el venezolano fue en el segundo período de Uribe, cuando el Presidente y sus amigos quisieron quedarse indefinidamente, persiguieron a la Corte Suprema de Justicia y a la prensa, permitieron que miembros de la Fuerza Pública cometieran delitos sin nombre, debilitaron la descentralización y ante las dificultades para tener mayorías en el Congreso, invocaron el “estado de opinión”. Nos salvamos del temido régimen “castro-chavista” por la separación de poderes que aquí funciona más de lo que la valoramos, lo que permitió primero que el Senado eligiera un magistrado de la Corte Constitucional, Humberto Sierra Porto, contra la voluntad expresa del Presidente de la República y que después esa Corte, con ponencia de ese magistrado, impidiera una nueva reelección de Uribe, la que le hubiera permitido cooptar todos los poderes públicos y seguramente pretender quedarse indefinidamente. Venezuela no está como está porque haya un gobierno que crea que unas empresas y unas actividades económicas deban estar en cabeza del Estado, ni porque haya adoptado un modelo ineficiente de prestación de los servicios de salud, ni porque no haya sabido administrar su riqueza petrolera. Venezuela está como está porque, con la anuencia de la mayoría de sus ciudadanos, abandonó los principios democráticos de organización del Estado y las garantías de las libertades y los derechos de las personas. Los filósofos liberales clásicos advirtieron, hace siglos, que los gobernantes siempre querían perpetuarse y abusar del poder y diseñaron un sistema de controles, de separación de poderes, cuya finalidad última es precisamente evitar esas tentaciones. El profesor Brewer Carías describe en detalle como operó el desmantelamiento de la democracia en Venezuela y como quedaron a las puertas del autoritarismo desbordado que ahora ejerce Maduro y su banda. En Colombia no dejan de sorprender dos cosas: una, que quienes más “rechazan” el régimen venezolano sean quienes precisamente cuando ejercieron el gobierno intentaron también desmantelar la democracia mediante el ataque a tres de sus pilares: la independencia judicial, la libertad de prensa y la alternación en el poder. Y, dos, que el candidato más sólido según las encuestas que miden la intención de voto para la próxima contienda presidencial sea precisamente el mayor defensor del chavismo. Si hoy me preguntaran si creo que en Colombia hay riesgo de que caigamos en un régimen como el venezolano contestaría sin dudar que sí. Unas encuestas dicen que ganaría Petro la elección presidencial y en otras que "el que diga Uribe" y ambos caminos nos podrían conducir a gobiernos despóticos que con cualquier pretexto: “revocan” a los magistrados de las Cortes, hacen aprobar leyes que restrinjan las libertades de prensa y de expresión, promueven reformas para reducir el Congreso y ampliar el período presidencial, se niegan a cumplir las decisiones judiciales y tratan de manipular las elecciones. Lo que está en juego en Colombia en las elecciones del próximo año no es tanto si se preserva el acuerdo en virtud del cual desaparecieron las Farc, sino si somos capaces, a pesar de todas sus imperfecciones, de mantener un sistema de separación de poderes, en el que haya oposición que ponga en dificultades al gobierno de turno, en el que nadie desafíe las órdenes judiciales, en el que la libertad de expresión esté asegurada, en el que se distribuya el poder en forma tal que se garantice que nadie tiene la capacidad de abusar de él y en el que se respeten los derechos de las minorías. Todo eso está en riesgo por cuenta del populismo, del desprestigio de la política y de los partidos políticos, de los malos ejemplos de Trump, de la injerencia de la religión en los asuntos públicos, del “anticomunismo” como pretexto, de la ineficiencia estatal para resolver los problemas de la gente. Lo que garantiza que no lleguemos a Venezuela es todo lo contrario de lo que proponen los que asustan con que ese coco está por llegar. Hay que huirles a los extremos. La fórmula la propuso el ex ministro Rudolf Hommes: “En lugar de respaldar al más atravesado, al más religioso o al más mandón, deberíamos aspirar a elegir al más razonable, al más justo”.

Fuente: La Silla Vacía