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Para las víctimas que son a las que verdaderamente les importa porque la violencia la viven en carne propia y no en cuerpo ajeno como los guerreros de escritorio, es motivo de alborozo el fin del conflicto armado entre el gobierno colombiano y las Farc.

Igual para los que pensamos que la vida es sagrada y que la desmovilización de la guerrilla más poderosa del país es la mejor noticia en muchos años para este país sumido en la desesperanza, el miedo y el dolor.

Las viudas del poder y sus acólitos, tiemblan porque han vivido de la violencia, de los muertos a destajo, del horror cotidiano y sus cruzadas de sangre y fuego. Sin el miedo dejan de ser necesarios. Son apenas piezas de museo. Sólo es cuestión de tiempo para que la historia los gradúe como un simple recuerdo de los tiempos de la venganza.


Cita:
El final de un capítulo

En su mezquindad, algunos no piensan en las próximas generaciones sino en las próximas elecciones.

Por: Vladdo 21 de junio 2017 , 12:00 a.m.

Por primera vez en no sé cuántos años las Farc no fueron incluidas en la lista de posibles autores de un acto terrorista. Luego de la explosión de la bomba en el centro Andino, los hasta hace poco ‘habituales sospechosos’ de cuanto asesinato, secuestro, toma armada o atentado dinamitero se presentaba en el país tuvieron que ser descartados.

Digan lo que digan las aves de mal agüero, lo que importa es que tras el silenciamiento de las armas de las Farc llega a su fin uno de los peores focos de dolor y violencia de una nación que parece no recordar el significado de la palabra ‘tranquilidad’. Y, así a esos abogados del apocalipsis les sepa a cacho, es necesario recordarles que ese desarme no estaría a punto de culminar si no hubiera sido por la paciencia y la tozudez de Juan Manuel Santos, quien, muy a pesar de la incomprensión y de las críticas de sus detractores, no desistió de un proceso de paz que aun sin culminar ya nos está beneficiando a todos: gobiernistas y antigobiernistas, católicos y ateos, petristas y uribistas, liberales y conservadores...

Al llegar al último capítulo de la entrega de armas de ese grupo guerrillero no puedo sentir sino alegría, pues, aunque tenue, es una luz que se enciende en este horizonte de horror y desazón que hemos tenido que contemplar durante más de medio siglo.

Y mi alborozo de estos días no se debe solo al hecho de que los fusiles, minas, morteros, lanzacohetes o pistolas van a terminar convertidos en chatarra o en monumentos a la paz, sino al hecho de que son armas que llevan ya muchos meses silenciadas. Hasta el más ciego de los escépticos tiene que aceptar que el cese de hostilidades de las Farc se ha traducido en una importante disminución de sufrimiento; sobre todo para los héroes de nuestras fuerzas armadas y para los miles de colombianos humildes que han padecido en carne propia los rigores de la violencia.

Es verdad que hay y va a haber disidencias guerrilleras; que quedan grupos paramilitares haciendo de las suyas y que persisten bandas de narcos, defendiendo sus negocios a sangre y fuego, factores todos que van a impedir que el 7 de agosto de 2018 Santos entregue ese país en paz que todos anhelamos. Sin embargo, no es menos cierto que la desaparición de las Farc como grupo insurgente, como organización terrorista, como disidencia armada, es un hecho trascendental, hasta hace poco inimaginable.

A estas alturas del partido, es inútil tratar de razonar con esos que no creen en las negociaciones adelantadas entre el Gobierno y la guerrilla, pues ellos no escuchan argumentos ni oyen razones. Como ya se sabe, a cada solución le encuentran un problema; a cada argumento, un asterisco; a cada gesto, una sombra. Si se realiza un evento público, lo llaman “show mediático”; si todo se hace bajo reserva, dicen que hay gato encerrado; nada les sirve.

No les importa caer en contradicciones al comparar el proceso de La Habana con el de Santa Fe de Ralito. Los tiene sin cuidado graduar de estadista a Andrés Pastrana, quien hasta hace poco era considerado un inútil. Y este nuevo aliado no solo lo agradece, sino que ahora es el mejor amigo de Uribe, a quien antes tildaba de mafioso. En medio de su mezquindad, ellos no piensan en las próximas generaciones sino en las próximas elecciones.

Pero ahora no quiero saber nada de la campaña de 2018, ni de quién va a sacar provecho de las fotos de las armas en unos contenedores medio llenos o medio vacíos. Hoy, con los ojos aguados de emoción, solo me interesa saber que ya hay menos soldados muertos y heridos, menos secuestros, menos extorsión, menos civiles afectados por el conflicto, menos niños lisiados, menos viudas y huérfanos, menos familias diezmadas o destruidas. Menos dolor.

VLADDO
Fuente: El Tiempo

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