Las relaciones entre Estados no son tan simples como las que uno tiene con los vecinos. Es un ajedrez que hay que jugarlo con inteligencia y no a punta de madrazos. Para empezar, Venezuela se había convertido en refugio de las Farc. Uribe trató de resolverlo como todo lo suyo a punta de hijueputazos. ¿Qué consiguió? Nada. En cambio, los cientos de millones de dólares que se les debían a los exportadores colombianos quedaron embolatados y la parálisis del comercio en la frontera provoca una crisis aguda.

Dice el viejo dicho, si no puedes con tu enemigo, únete a él. Santos le apostó a la diplomacia y consiguió destrabar las relaciones con Venezuela, consiguiendo de entrada que gran parte de la deuda a los exportadores fuera cancelada. A la par, con el inicio de las negociaciones de paz con las Farc, consiguió desactivar la protección venezolana y reactivar el comercio.

Los hechos han cambiado. El proceso de paz entró en su última fase y el acompañamiento de Venezuela no es necesario. Las exportaciones colombianas se han reducido al mínimo y la economía fronteriza se ha amoldado a la escasez venezolana de productos de primera necesidad, surtiendo a los miles que pasan a Colombia.

Pero hay un ingrediente adicional. El gobierno venezolano se ha transformado de autoritario en dictatorial, convirtiéndose en un problema para la región. Llegó el momento de quitarle el respaldo como recién lo hizo México. Son otros tiempos y hay exigir la aplicación de la Carta Democrática Interamericana de la OEA, agudizando la presión diplomática para que se convoque a elecciones en el menor tiempo posible.