Desautorizada
Imponer la tolerancia por cartilla resulta intolerante y despierta más intolerancia.
Revisé las 98 páginas de la cartilla ‘Ambientes escolares libres de discriminación’, que despertó una rabiosa reacción contra la ministra de Educación, Gina Parody, y marchas multitudinarias en varias ciudades donde se mezcló el descontento de unos con la agresiva homofobia de otros. No encontré en la dichosa cartilla nada que ofendiera mis convicciones ni mucho menos que alentara, como han dicho algunos exaltados, las prácticas homosexuales entre los menores de edad.
Soy enemigo de la discriminación –no solo la sexual, la única que, al parecer, inquieta al Ministerio– y creo que Colombia –y el mundo entero– está obligada a hacer un gigantesco esfuerzo por enseñar la tolerancia en los campos sexual, racial, religioso, social y en el referido a ciertas condiciones físicas, y combatir el acoso en los colegios y en otros ambientes.
Pero encuentro en la cartilla tres equivocaciones garrafales. La primera, que aunque en su título habla de luchar contra la discriminación en general, su contenido se limita a la sexual, gravísima, pero no la única que se presenta en los colegios. La segunda, de lenguaje. Para los expertos en los temas LGBTI –que usan una complicada jerga, muy lejos del alcance de las mayorías–, ciertas aseveraciones resultan tan lógicas que –piensan ellos– no ameritan explicación alguna.
La tercera equivocación es de tono. En vez de invitar a la reflexión y por esa vía convencer, en casi todas sus páginas la cartilla trata de imponer unos criterios –que, repito, comparto en lo esencial–, pero que, en una sociedad con siglos de cultura judeocristiana, agrede las convicciones de millones. La cartilla está llena de mandatos a rectores y profesores en los que sobran los “debe” y echa uno en falta la persuasión y la argumentación.
Imponer la tolerancia por decreto –o en este caso, por cartilla– es intolerante. Y genera más intolerancia, como quedó en evidencia con las marchas. Ser tolerante es entender que hay personas que piensan distinto a uno, sin que eso los convierta en ignorantes ni en brutos. Tan equivocados están quienes, en esas marchas, exhibieron pancartas homofóbicas como quienes no rebajaron de animales y analfabetas a los manifestantes.
La actitud del Ministerio complicó mucho las cosas. Primero negó que las cartillas existieran. Luego dijo que sí, pero que no eran del Ministerio. Cuando quedó en evidencia que llevaban su sello, dijeron que su publicación no había sido autorizada y que la ministra Parody no las había revisado. Finalmente, cuando negaron que las cartillas hubiesen sido financiadas por esa cartera, quedó en claro que al menos $ 900 millones salieron del Ministerio para un convenio con agencias de la ONU y un par de ONG. Mentir nunca es bueno. Ser descubierto en una mentira tras otra es mucho peor.
En un principio, el presidente Juan Manuel Santos respaldó a la Ministra. Pero, asustado por los miles de manifestantes del miércoles, activó la reversa. Ya los movimientos cristianos se habían manifestado en contra. A ellos se sumó la Iglesia católica. A ambos grupos, Santos les había pedido ayuda para el Sí en el plebiscito. Luego, se unieron las asociaciones de padres de familia. Y al final, los maestros que, más allá de la cartilla, tienen cuentas pendientes con la Ministra.
Flanqueado por ella, el Presidente habló con los medios el jueves, tras conversar con la jerarquía católica y con líderes cristianos. En pocas frases, desautorizó la cartilla y, con ello, a la ministra Parody. El plebiscito está primero, por no decir que es casi lo único que en verdad le importa al primer mandatario. Por eso y por el pésimo manejo que el Ministerio le dio al asunto, es posible que la lucha contra la discriminación haya recibido esta semana un durísimo golpe.
MAURICIO VARGAS