Hay que repetirlo una y otra vez. Lo que se está tramitando en La Habana es el fin de la guerra entre las Farc y el Estado colombiano, es decir, la paz entre dos partes en pugna. Va a conseguirse en pocos meses, con desmovilización incluida, dejación de armas, justicia transicional y reparación a las víctimas.

Este hecho va a disminuir la violencia de manera significativa, como ya se ha hecho en los últimos meses a partir de la tregua unilateral de las Farc. Pero no significa que esta paz pactada entre los dos enemigos, sea la paz para toda Colombia, porque las causas de la guerra aún siguen vigentes.

Silenciar los fusiles de la subversión es un gran adelanto, pero la desigualdad, la inequidad, la venganza, la exclusión, la corrupción y tantos otros males del país hay que derrotarlos para ir construyendo la paz que permitirá un país donde todos tengamos cabida. Cuando lo consigamos podremos decir que ha llegado por fin la paz.

Dejarnos de matar es la mejor noticia en muchos años porque es como dejar de talar un bosque que ha convertido el país en un desierto. Pero sembrar nuevos árboles, cuidarlos para que crezcan, y que el bosque reemplace al desierto es tarea de todos y demandará mucho tiempo.

Ahí está la diferencia.