Pero el referido oficial, junto con toda la línea de mando, sin tener en cuenta la vida de los rehenes, lanzaron una sangrienta retoma con las consecuencias de todos conocidas. El M-19 inició la tragedia con su irresponsable y sangrienta toma y luego las fuerzas militares pusieron su cuota de barbarie.

No se olvidan los desaparecidos, los torturados, los asesinados con tiros de gracia como el magistrado Urán, como la cajera de la Cafetería. Ambos salieron vivos, ambos fueron llevados a la Casa del Florero y luego sus cadáveres aparecieron en los escombros del Palacio.

No olvido que al Dr. Alfonso Reyes Echandía lo mató una bala oficial y que su cadáver fue rociado de gasolina por un miembro de la fuerza pública para ocultar evidencia. Tampoco olvido que el incendio del cuarto piso lo provocó la tanda de proyectiles de armamento pesado.

Asquea leer el informe de la Comisión de la Verdad y se pregunta uno cómo es posible que quienes juraron defender a los colombianos hayan cometido toda esta sarta de tropelías que luego se prolongaron en la casa del Florero y en la Escuela de Caballería de Usaquén.

Se perdonó al M-19 e igual debe hacerse con la fuerza pública porque de eso se trata la paz, pero no se olvida que el señor Plazas estuvo ahí y fue uno de los causantes de esta tragedia. Hay que pasar la página, pero como para todos los colombianos, cuesta, cuesta mucho.

Pero por algo se empieza y en La Habana se están dando los primeros pasos para que estos hechos no vuelvan a repetirse.