El único que no sabía para qué sirve el poder fue Darío Echandía en aquella famosa frase de 1948 cuando el partido liberal tuvo la oportunidad de tomarse el poder que reclamaban las gentes en las calles y sacar al tenebroso régimen conservador de Mariano Ospina Pérez que luego seguiría en manos de Laureano Gómez, dando inicio a la nefasta violencia que llega hasta nuestros días.

Que el régimen bolivariano del "populismo siglo XXI" es corrupto es llover sobre mojado. Incontables son las denuncias que involucran al propio Chávez, a sus hijas, a sus colaboradores, hasta llegar a sus sucesores que han convertido a Venezuela en su finca y a los bancos suizos en los depositarios de los miles de millones de dólares que han robado y con el cual vivirán un dorado exilio cuando caigan a las buenas o a las malas.

El poder, infortunadamente, salvo excepciones como la de Mujica en Uruguay, sirve para beneficiar a los propios y joder a los ajenos. Y lo hecho por Maduro se replica a lo largo y ancho del mundo con escándalos por doquier, sin que se salve nuestra querida Colombia, la de los caciques encabezados por los Ñoños, hasta la administración central, salpicando al congreso y a la misma justicia que en los últimos años se hace favores con la Procuraduría para un rosario de empleos familiares y puertas giratorias. Nepotismo y pago de favores en todo lugar donde haya empleo público es la regla que viene de atrás hasta donde alcanza la memoria.

Seguramente, si la oposición venezolana triunfa y se le reconoce la victoria, los chavistas y sus familiares quedarán en el asfalto y los que lleguen, primero con pudor y luego con largueza premiarán a los suyos, empezando por los consanguíneos porque el poder es para eso, para gozárselo en compañía de la familia, los amigos y los seguidores y quizás algo les toque a los demás, eso que eufemísticamente se llama pueblo.