Nunca, Steve, en los 51 años de existencia de las Farc se había avanzado tanto como en este proceso que se lleva a cabo en La Habana. Baste mirar hacia atrás y se ven los intentos fallidos. De sus errores y de las experiencias internacionales se extrajeron los lineamientos para construirlo.

Para evitar las interferencias del pasado se decidió hacerlo fuera del país. Para no convertirlo en conversaciones interminables se pactó una agenda estricta. No se aceptaron interlocutores aparte de los representantes de los dos bandos y las reuniones se decidió hacerlas privadamente. Dada la experiencia del Caguán, no se firmó una tregua, ni se pactó un despeje. La guerra seguiría en Colombia a la par con las conversaciones. Se tuvo en cuenta a las víctimas, caso inédito en el mundo en este tipo de procesos. Y, finalmente, para darle completa legitimidad, se decidió someter lo acordado a un referendo.

Todo lo que enseña la experiencia nacional e internacional se ha hecho y por ello se avanzó en más de la mitad de la agenda pactada y en las próximas semanas se firmará el cuarto punto, quedando pendiente el último, la desmovilización y su sometimiento a la justicia transicional.

Lo que no se preveía, y esto también es nuevo en los procesos de paz colombianos, es la oposición feroz del senador Uribe que consiguió ahondar la polarización sembrando la cizaña. ¿El resultado? El odio creció, la concordia se alejó y las posibilidades de terminar la guerra se han visto seriamente comprometidas, con la ayuda invaluable de la soberbia y la estupidez de las Farc.