Lo evidente es que lo puso en problemas y grandes por el peso político de Felipe González no solo en España sino por el respeto y la admiración que le tiene Europa, y de igual manera por su ideología socialista y ser uno de los arquitectos de la España que sepultó el régimen franquista. Tanto peso político tiene que, pese a su rabia, Maduro se vio obligado a permitirle visitar a Ledezma, lo que no hizo con los expresidentes de México, Colombia y Bolivia a quienes rechazó con cajas destempladas. Y al parecer, esta semana Maduro se va a ver obligado a permitirle hacer lo propio con Leopoldo López. Si le niega la visita agudizará aún más la crisis. Por ambos lados pierde.

Otro cuento hubiera sido si el personaje es Aznar, pero decirle a Felipe González, derechista, sirvienta del imperio, golpista... es un despropósito tan grande como la estupidez de Maduro. Y es que Felipe González, como en su momento fueron Francois Mitterand u Olof Palme, es un símbolo de la socialdemocracia europea, del socialismo democrático que demostró que se puede construir un proyecto político respetando y fomentando la propiedad privada, pero con sentido social.

Que este líder socialista se incorpore al equipo jurídico que defiende a los presos políticos venezolanos, le da mucha fuerza a las denuncias de violaciones de derechos humanos de la pandilla y alinea a la Unión Europea al clamor por su liberación.