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Exclamation Los grandes misterios de La cueva de los tayos. Calificación: de 5,00

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La existencia de otra humanidad, tecnológica y espiritualmente más avanzada que la nuestra –viviendo en el interior de la Tierra– ha apasionado a buscadores, como Juan Moricz. El descubrimiento de una “biblioteca” de placas metálicas en la Cueva de los Tayos, en Ecuador, podría, de confirmarse, cambiar el rumbo de la historia…
Pablo Villarrubia Mauso, Buenos Aires, mayo de 2001, acababa de dar una charla en una librería de la gran metrópoli cuando, conversando con mi amigo el editor Alfonso Barredo, se nos acercó uno de los libreros. "He oído que busca a Julio Goyen Aguado. Siento decirle que fue uno de los más grandes espeleólogos de Sudamérica y que ha muerto hace casi dos años", me dijo el joven.
Llevaba algún tiempo buscando a Aguado para entrevistarle. Ni el correo desde Madrid ni mi número de teléfono obtuvieron respuesta. Me interesaba conocerle porque había participado en algunas expediciones a uno de los lugares más enigmáticos de la Tierra: la Cueva de los Tayos, en la Amazonía ecuatoriana. De este laberinto subterráneo se ha hablado mucho, también escrito, pero poco se sabe sobre los misterios que oculta.




Eric von Däniken, el célebre escritor suizo, fue quien más hizo por divulgar la existencia de estas cuevas a partir de un personaje hermético y de vida azarosa: el húngaro nacionalizado argentino Juan Moricz. Éste afirmaba que allí, bajo la selva, existía una verdadera biblioteca de placas metálicas repletas de intrigantes inscripciones jeroglíficas o ideográficas. Cada una contenía una parte de la historia de la Humanidad que sería capaz de revolucionar todos los conocimientos sobre nuestros orígenes y futuro.




La existencia de tales placas estaba rodeada de confusas y nada aclaradoras informaciones. Por un lado el húngaro-argentino mantenía bajo siete llaves –y nunca mejor dicho como veremos más adelante– la localización exacta de un recinto subterráneo denominado "La Biblioteca", y por otro se hablaba de la existencia de una raza de humanoides habitando aquel "mundo intraterrestre" –como solía decir Moricz–, una raza alienígena que milenios atrás llegó a nuestro planeta.
La persona en cuestión era Javier Stagnaro. Apenas tuve su teléfono le llamé y nos reunimos al día siguiente en casa del ufólogo Claudio Mizkas, en Buenos Aires.
Stagnaro trajo una gruesa carpeta con recortes, documentos y fotos. Su voz pausada y razonamiento lógico me indicaba que estaba ante una persona de fiar.
"Aguado era una persona extraordinaria, un hombre con una gran fuerza de voluntad, un verdadero explorador de espacios recónditos. Él y Moricz eran muy amigos, mantenían un pacto de silencio sobre los secretos en torno a esta cueva y a los habitantes de los mundos subterráneos", comentó Stagnaro.
"Entonces, ¿Aguado también creía que existía una humanidad bajo la tierra?", pregunté.
"Sí, así es. Pensaba que bajo toda América había un gran complejo de túneles artificiales, construidos por una civilización avanzada muy antigua, que en determinados puntos continentales podrían seguir viva".
Sobre este asunto se ha especulado mucho. Se ha dicho que los grandes conocimientos de orfebrería de los antiguos ecuatorianos podrían proceder de una civilización más avanzada, aún desconocida por los arqueólogos, o no identificada, y que algunas piezas arqueológicas muestran hombres con extraños cascos que parecen escafandras. ¿Simples casualidades?




Expediciones a los Tayos

En agosto de 1976 dió inicio la mayor expedición conocida a la Cueva de los Tayos. Vale la pena echar un vistazo a la historia oficial para, después, de la mano de Javier Stagnaro y otros entrevistados, conocer ciertos detalles de la expedición.

El grupo estaba formado por 65 personas, entre las que se encontraban 35 británicos del ejército, 20 militares ecuatorianos, diez expertos médicos, biólogos, arqueólogos y el astronauta Neil Armstrong. La expedición permaneció casi dos semanas en la selva. Durante ese tiempo fueron abastecidos por vía aérea.
La labor se vió dificultada por la meteorología, con constante llovizna y niebla. Instalaron un equipo electrógeno en superficie y luego bajaron cables con las lámparas de iluminación. Una vez se adentraban en las entrañas de la tierra, sólo salían al llegar el ocaso cargados con el material recogido –básicamente minerales y ciertos insectos y animales–.
Los soldados británicos levantaron una plataforma en la boca de la cueva. Desde ella 50 metros de caída les conducían al inicio del laberíntico subsuelo. Luego alcanzaron los 200 metros de profundidad. La Cueva de los Tayos está a unos 1.000 metros sobre el nivel del mar. La expedición anglo-ecuatoriana se dividió en dos grupos y halló un gran lago con peces ciegos y una gran población de arañas gigantes, ratas y víboras. Hallaron también arcos de piedra y moles de andesita –el mismo material empleado en la construcción de Tiahuanaco, en Bolivia– de 50 metros de alto por 300 de largo, sin que nadie supiera explicar cómo pudieron cincelarse. Asimismo, allí, en las tinieblas, habitan los pájaros tayos, que revoletean asustados alrededor de los expedicionarios. Estas extrañas aves pueden ser consideradas verdaderos fósiles vivientes, una especie que ha subsistido así durante millones de años. De hecho los científicos los consideran una suerte de ave-murciélago al disponer de un emisor de ultrasonidos que les guia en la oscuridad. Los gritos de los tayos tienen la particularidad de ser muy agudos y fuertes, como un llanto de niño.



Los indios shuar o jíbaros creen que sus dioses moran allí dentro. Una vez al año organizan una gran cacería en las cuevas para obtener aceite. Stagnaro narró que en 1969 Moricz organizó una expedición que se llamaba Talto Soc Parlanga, que en magiar o húngaro antiguo significa “Caverna de los Tayos”.
“Los Talto Soc son en la mitología húngara los vampiros, que Moricz identifica con los Tayos de Ecuador. Y el Talto es el pájaro, ya extinguido en Europa, que aparece en el escudo de la familia Moricz. Era como si fuera algo kármico en la vida de Moricz”, apuntaba Stagnaro.


El misterioso Moricz


En São Paulo visité a Gabriel D'Annunzio Baraldi, un italo-argentino que es uno de los mayores expertos en misterios americanos. Una compleja teoría suya aludía a que los atlantes habían ocupado parte de Brasil y que habían dejado sus huellas jeroglíficas en la piedra de Ingá, en el estado de Paraíba.
En uno de sus viajes a Ecuador se entrevistó con Moricz .“Lo conocí en Guayaquil. Vivía en un hotel y no tenía casa fija. Que Moricz era una persona adinerada era sabido. Había gastado toda su herencia familiar en investigar y pudo continuar sus trabajos gracias a los minerales que fue encontrando. A mí me ofreció una participación en la minería”, dijo Baraldi.
Según el italo-argentino, Moricz creía que después del diluvio universal los supervivientes se refugiaron en las cumbres, en la cordillera de los Andes, donde permanecieron hasta que bajaron las aguas. Durante aquel tiempo horadaron las montañas y las convirtieron en morada y refugio.
“Moricz era como un nuevo ameghino”, continuaba contando Baraldi. “Creía que el hombre tuvo sus orígenes en América y que la cordillera de los Andes está plagada de grutas que van desde Venezuela y Colombia hasta Bolivia, pasando bajo Ecuador y Perú, y que esas mismas cavernas llegan a Tierra del Fuego. Tales cuevas, así como las de los Tayos, fueron, en su opinión, horadadas por máquinas de seres superiores que quisieron, en su tiempo, ofrecer protección a la humanidad”.
Moricz publicó un rarísimo libro titulado El origen americano de los pueblos europeos, en cuyas páginas sostenía la teoría de que en los albores de la civilización no se encontraban en Asia Menor, sino en América. Basaba sus teorías en el análisis comparativo de antiguas lenguas como el vasco y el húngaro, cuyas raíces más profundas podrían ser sudamericanas.
“Moricz mantuvo contacto con los indios Colorados de Ecuador, una tribu que habita al norte de la región Morona-Santiago. Me dijo que se comunicaba con ellos en magiar, el antiguo húngaro, y que se entendían pese a algunas diferencias”, recordaba el estudioso.


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