La alocada intervención de Bush en Irak abrió una caja de Pandora de imprevisibles consecuencias. Hussein para bien o para mal mantenía la estabilidad en la región. Con su derrocamiento se desencadenaron las fuerzas islámicas que permanecían oprimidas.

La democracia occidental no se impone por decreto, ni mucho menos con un ejército de ocupación. Ahí están los resultados: gobiernos débiles y corruptos que no representan a nadie como el caso de Irak y Afganistán, y resurgimiento de los antiguos odios tribales que se unen contra el invasor.

Río revuelto, ganancia de pescadores y los fanáticos musulmanes hacen su agosto. Gracias a la torpeza estadounidense pueden emprender su guerra santa contra los infieles.

¿Se puede combatir un enjambre de avispas con un martillo? Occidente aún no lo comprende y mientras lo hace el EI avanza y se consolida.