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Heráclito
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Predeterminado Respuesta: ELN sostiene que no es su política “la sevicia, degradación o humillación del enemigo”

Es complicado cuando uno no se escucha sino a sí mismo y se busca que antes de que se termine de conversar se acuerde todo lo que es materia de conversación. Mejor dicho, primero hacemos la paz y luego seguimos discutiendo como terminar la guerra. La lógica del absurdo.

La terminación de un conflicto armado como el nuestro, que lleva medio siglo y carga con un fardo de 220 mil muertos y 4 millones y medio de desplazados, y un nivel de degradación que horroriza, donde TODOS los actores del conflicto han cometido atroces crímenes, incluido el Estado colombiano, no se resuelve de la noche a la mañana, máxime cuando ninguna de las partes ha podido triunfar militarmente sobre la otra y se ven obligadas a conversar, cada una con la fuerza de no haber sido vencida por la otra.

El arduo trabajo que supone conversar entre dos enemigos requiere de terceros neutrales, lo que la jurisprudencia internacional ha denominado facilitadores, cuya misión es acercar a las partes, promover una agenda común y tender puentes de diálogo que construyan la confianza mutua. Este papel lo cumplen Noruega y Chile, que, además, sirven de garantes de que los posibles acuerdos a que se llegue serán cumplidos por las partes.

Es ingenuo pensar que las prácticas de la guerra cesen por encanto por el solo hecho de ponerse a conversar, aunque generalmente se exigen algunas condiciones. En el caso colombiano, la del gobierno para iniciar los diálogos fue la liberación de todos los uniformados que tenía en su poder las Farc y la promesa de no volver a realizar este tipo de secuestros. Este requisito se cumplió y en el transcurso de las conversaciones, militares que han caído en poder de las Farc han sido liberados con prontitud, lo cual ha sido garantizado por la Cruz Roja Internacional.

A la par con los diálogos, la intención de las partes ha sido el desescalamiento del conflicto. En este sentido, las Farc declararon una tregua unilateral que se ha cumplido en un 95% según la Defensoría del pueblo, la promesa de no volver a reclutar menores, pedirle perdón a las víctimas, reconocer su parte de responsabilidad en el conflicto y en el negocio del narcotráfico, y colaborar con el gobierno en el proceso de desminado con la promesa de no volver a sembrar minas antipersonales.

Es cierto, las concesiones debieron ser más radicales como la de desmovilizar a todos los menores que tenga en sus filas la subversión o abandonar el negocio del narcotráfico, y en eso se está trabajando para el inmediato futuro, pero es un avance pese a su precariedad. Por parte del gobierno, se cesaron los bombardeos, aunque las fuerzas en tierra siguieron sus tareas ofensivas contra la subversión.

Uno de las enseñanzas que dejan los procesos de paz como el del Congo, Irlanda del Norte y El Salvador, es la imposibilidad de garantizar que lo que se vaya pactando se cumpla al ciento por ciento. Siempre habrán violaciones aisladas que pondrán en peligro lo acordado o romperán definitivamente el proceso como ha sucedido en Palestina, debido a la falta de voluntad política de las partes. En el nuestro, casos como el secuestro del general Alzate en el Chocó y la matanza reciente de los diez uniformados, a la par con las frecuentes declaraciones torpes y soberbias de las Farc, han ralentizado el avance de las conversaciones.

Estos son los riesgos de negociar en medio del conflicto, opción que se escogió para evitar que se repitiera la experiencia del Caguán, cuya tregua bilateral sirvió para que las Farc se rearmaran y se perdieran las ventajas militares conseguidas en el campo de batalla. Infortunadamente, esta opción militar dará lugar a que se sigan presentando hechos violentos porque no se ha pactado el fin de la guerra y los muertos seguirán llenando los titulares de los medios, aunque sea en menor escala que antes de la tregua unilateral.

En cincuenta años de conflicto estos avances que se han conseguido en La Habana son los más significativos logrados por proceso de paz alguno y brindan un optimismo moderado de que pueden culminar en el fin del conflicto armado. Pese a que las acciones militares siguen y cotidianamente se registran sus resultados con mandos medios y combatientes subversivos dados de baja, así como la reanudación de los bombardeos, las partes no se han parado de la mesa lo que significa que existe voluntad política de proseguir los diálogos en medio de la guerra.

Aparte del apoyo de la comunidad internacional, el que se hayan sumado representantes personales del presidente de Estados Unidos y de la Canciller de Alemania para brindar su apoyo y asesorar a la Mesa de diálogo, y el que militares activos estén presentes en la subcomisión técnica de desmovilización, fortalecen la legitimidad del proceso. Igual lo hace el apoyo que le brindan los grandes gremios económicos del país que ven en estos diálogos una oportunidad para una Colombia más próspera y menos desigual.

Infortunadamente, actos crueles y desafiantes como el de los guerrilleros del ELN, materia de este post, o la emboscada que culminó en la muerte de los diez uniformados, erosionan la confianza de la opinión pública en los diálogos de La Habana y dan lugar a que se aprovechen políticamente por sus detractores. La ferocidad de la guerra que se ha librado durante tantos años no da para menos, pese a que haya mermado y se esté más cerca que lejos de terminarla.

Sin embargo, aunque hay buenas noticias como el comienzo del proceso de desminado y la voluntad de las partes de avanzar más rápido, la opinión pública necesita más resultados concretos y nuevos gestos de paz que muestren los avances de los diálogos. Es la única manera de combatir la intransigencia de los que le apuestan a la opción militar como única manera de terminar la guerra.

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