Petrópolis DC
Carlos Castillo Cardona
No, no se trata de Petrópolis la ciudad en honor del emperador Pedro II de Brasil, quien reinó casi sesenta años y que fue depuesto por un golpe de Estado liderado por un puñado de militares. En esa Petrópolis todavía reinan el orden, la armonía y la belleza.
Esta Pétrópolis DC es Bogotá o Santa Fe de Bogotá, o como usted quiera llamarla, porque esa ciudad que usted vivió y conoció ya no es lo que era. Ahora tenemos la ciudad del alcalde Gustavo Petro, quien también posa como emperador y que, con sus falsos arranques de quién sabe qué, ha logrado llevar a los niveles más bajos el deterioro y destrucción de esa ciudad que quiso ser una Atenas Suramericana. Sí, aunque suene ridículo y cursi, lo dijo un ilustre visitante, así ningún bogotano lo creyera.
Es verdad que esto nunca pasó de ser un pueblo grande, pero siempre tuvimos la ilusión de que podría ser mucho más, porque gozamos, hace muchas décadas, de una vida relativamente ordenada y amable, en la que intervinieron o trataron de intervenir importantes arquitectos y urbanistas. El poder y el dinero han podido superar las normas ordenadoras y crear desafueros urbanos. Nadie pensó una ciudad del futuro.
El capitalismo salvaje, nunca hemos tenido otro, desabrochó esta ciudad gracias a la ambición desmedida y combinada de urbanizadores privados, urbanizadores piratas, transportadores, mafias de los servicios públicos, políticos corruptos, administradores de planeación y control ineficientes al extremo y ciudadanos indolentes. Esta ciudad ha sido el botín de todos, y Petro ha logrado sintetizar el desastre de una manera que es tanto trágica como ridícula.
Puede resultar superfluo mencionar los males que nos aquejan y que impotentemente tenemos que sufrir los ciudadanos. Sin embargo, es necesario recordar y no olvidar. Todos sabemos de esa barbarie urbana de Petro: confundir el izquierdismo con buscar que todos seamos pobres; pretender que creamos que esta es una “Bogotá Humana”; subir la valorización y catastro, para enmascarar la recuperación de lo que se robaron los contratistas y los contratantes corruptos; someternos a medidas no estudiadas, como los cambios de sentido del tránsito de calles; la invasión del espacio público por vendedores que responden a mafias de la explotación y el contrabando; la peatonalización de la carrera 7.ª acercándola a una Calcuta suramericana; el elefante inacabado de Mazzanti, en la calle 26; oír la demagogia de la suspensión de contratos de servicios y luego seguir en las manos de los monopolios de siempre; las batallas insulsas contra las zorras y las corridas de toros, despreciando a los humanos; el sometimiento de las autoridades a los guardaespaldas y choferes oficiales y privados que campean y parquean donde quieren, a la espera de que sus patrones almuercen y fiesteen, sin el respeto por las normas y el bienestar de los demás; el aumento de las densidades y edificios en altura sin las acciones urbanísticas complementarias; el desastroso manejo de la aprobación del POT; la demagogia de hacer pequeños puntos de vivienda de estrato uno en zonas de estrato seis, que ya se están deteriorando por la acción del Alcalde; y, de remate y por capricho, cuatro días sin carro en este año.
Petrópolis es una ciudad nefasta, en donde el Alcalde se sostiene gracias al fundamentalismo del Procurador, que nos hace creer que el Alcalde es lo que no es y el Alcalde nos quiere hace creer que él es otra cosa. Porque lo que Petro hace no es de izquierda. Él no es izquierdista, es un pésimo administrador. No sabemos quién será el próximo alcalde, qué ideología tendrá. Pero gastará más tiempo en rehacer lo que Petro ha deshecho.