Hace milenios, cuando apenas estábamos tratando de salir de la prehistoria, el rey Hammurabi expidió un código para tratar de convivir en la naciente civilización, y entre otras cosas inventó el que después se llamó popularmente el "ojo por ojo y diente por diente". Fue el principio para comenzar a proscribir la justicia por propia mano.

Ha pasado mucho tiempo y aunque nos autodenominamos como "civilizados", el primate no lo hemos podido superar. El "Estado Islámico" decapita o quema a quien no le gusta, en el Medio Oriente se apedrea y en Estados Unidos como en el célebre Ferguson, simplemente se mata porque el color de la piel es peligroso.

Aquí, en este país donde nos santiguamos por las tropelías del vecino, sacamos a relucir nuestra barbarie de vez en cuando. Matamos, desaparecemos o torturamos a quien no está de acuerdo con nosotros por que hay que "defender la democracia, maestro" y, por supuesto, hacemos lo mismo con cualquiera erigiéndonos en juez y parte.

Por el simple hecho de pertenecer al género humano tenemos derechos consagrados universalmente en la carta de ONU y por las Constituciones y leyes de todos los países civilizados, incluida Colombia. Los "malos" tienen derecho a ser oídos y vencidos en juicio ante un juez competente.

Construir una sociedad respetuosa de la ley y ajena a la violencia es una tarea ardua y demorada. La muestra es lo sucedido en un claustro universitario donde se supone se aprenden no sólo disciplinas académicas sino tolerancia y respeto. Pero en cambio, para solucionar el problema delincuencial se convierten en delincuentes.

Al fuego no se le echa gasolina para apagarlo.