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Predeterminado El hombre que salvó a Colombia Calificación: de 5,00

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Algunos líderes politicos, sea cual sea su aspiración, son superados por los acontecimientos que en algún momento creyeron poder dominar. Piensen en Aleksandr Kerensky (hecho a un lado por la revolución rusa de octubre) o en Jimmy Carter (reducido a la impotencia política por la estanflación y por Irán). Otros líderes, sin embargo afrontan enormes desafíos con una visión y una determinación que les permiten dar forma a los acontecimientos y dirigir el curso de la historia. Piensen en Winston Churchill (al desafiar a Hitler), en Margaret Tatcher (al resucitar a Gran Bretaña) o en Helmut Kohl (al reunificar a Alemania). A este segundo grupo pertenece Álvaro Uribe Vélez, presidente de Colombia desde 2002 hasta 2010.

El país que heredó en su elección era un perfecto infierno. Diversos grupos de paramilitares y organizaciones terroristas marxistas, entre las cuales la más importante es las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), controlaban la mitad del territorio nacional a menudo ayudadas por los vecinos izquierdistas del país, Venezuela y Ecuador. Cada año, en promedio, eran asesinados 28.000 colombianos y secuestrados 3.000, por los que usualmente se pedía rescate. Los traficantes de droga generaban cada año tres mil millones de dólares. El desempleo era de cerca del 16%.

Cuando Uribe dejó la presidencia, la tasa de homicidios se había reducido a la mitad y los secuestros a una décima parte de lo que alguna vez fue. Casi todo el país había sido liberado de terroristas y 50.000 paramilitares se habían desmovilizado. En un ambiente más seguro y favorable para los negocios, la inversión extranjera se había doblado, las exportaciones se habían triplicado; el crecimiento económico era de cerca del 7%. Reduciendo algunos impuestos, induciendo mayor flexibilidad en el mercado laboral y promoviendo el comercio, Uribe ayudó a desatar un boom que para el 2010 había generado un aumento de la tasa de inversión al 28% y de un 13% para el Producto Interno Bruto.

La hazaña de Uribe estuvo salpicada de momentos difíciles, como el rescate de la excandidata presidencial Íngrid Betancur, de tres contratistas estadounidenses y de varios rehenes en el 2008, cuando una misión de inteligencia rompió el código de comunicaciones del enemigo y engañó a las FARC, a las que hizo creer que los responsables de efectuar el rescate eran trabajadores humanitarios.

Lo que más merece atención en No hay causa perdida, el interesante libro de memorias de Uribe, no es el relato de sus logros sino la visión que ofrece de su propia personalidad y las experiencias de vida que la formaron. (Uribe ha sido recientemente propuesto para director de News Corp., la empresa propietaria del Wall Street Journal). La interpretación más simple es que Uribe buscó venganza por el asesinato de su padre a manos de las FARC en 1983. Pero su sufrimiento no fue nada diferente al de otros miles de colombianos cuyas vidas han sido alteradas por dos décadas de guerra civil (en los años cuarenta y cincuenta) y décadas de violencia relacionadas con las drogas y el terrorismo marxista. Justo después de que su padre fuera asesinado, Uribe sirvió en la Comisión de Paz encargada de explorar un final del horror a través del diálogo.

De hecho, la democracia colombiana que varias veces había intentado aproximaciones del tipo Chamberlain, ansiaba con desesperación una tipo Churchill. La gente la encontró en este hombre. "Aprender a controlar mis emociones y canalizarlas hacia un propósito constructivo —escribe— me tomó toda una vida de experiencia.” Uribe pasó su presidencia visitando ciudad tras ciudad para luchar por el renacimiento de la sociedad civil, imitando la disciplina meticulosa con la que su padre había observado cada tarea en la finca de la familia.

Uribe intentó usar el autocontrol a la hora de lidiar con sus vecinos izquierdistas, la Venezuela de Hugo Chávez y el Ecuador de Rafael Correa. Intentó prevenir escaladas que hubieran llevado a una guerra total. Pero no perdió de vista la misión que tenía: responder a la protección que estos daban a las FARC. Entonces cruzó las fronteras cuando tuvo que hacerlo, como en el 2008 cuando Colombia bombardeó un campamento de las FARC en Ecuador, matando a uno de los cabecillas y obteniendo valiosísima información.

En algunos casos, Uribe fue víctima de su propio éxito, notablemente durante la desmovilización de los paramilitares que, como las FARC, eran traficantes de drogas. Gracias al acuerdo, en 2005 reintegró a más de 35.000 de ellos. Como para estos hombres era difícil conseguir trabajo, algunos regresaron al crimen. Otros siguieron operando impunemente desde la prisión como en el pasado. (Finalmente, Uribe extraditó a 14 de sus principales líderes a Estados Unidos.)

El proceso de extraer confesiones fue complicado y reveló conexiones umbilicales entre los paramilitares y el establecimiento. Más de veinte alcaldes, gobernadores y congresistas fueron condenados, al igual que otros políticos, incluyendo algunos colaboradores de Uribe. Sus detractores acusaron a su gobierno de corrupción generalizada, pero él no creó el problema sino que lo sacó a la superficie; y sí, se veía feo. Con eso dicho, Uribe reaccionó lentamente a los informes de escuchas ilegales y abusos contra los derechos humanos en la pelea contra las FARC. “Creo que podíamos recuperar el control —escribe— del 100% del territorio colombiano respetando los derechos humanos y extendiendo el alcance de la democracia.” Su sentido de propósito lo llevó a ser menos obsesivamente vigilante de los medios que de los fines.

Un par de meses después de su posesión en el 2002, un líder de las FARC dijo: “El problema serio de Uribe es que solo tiene tres años más y las FARC tienen todo el tiempo del mundo”. Inevitablemente, un hombre con un complejo mesiánico en medio de una guerra encontró que los límites eran engorrosos. La constitución fue transformada para permitirle un segundo mandato, y Uribe ganó la segunda elección en el 2006. En el 2010 empezó un proceso que le habría permitido una nueva elección. Al final, la Corte Constitucional lo prohibió. Uribe admite que fue un error no detener directamente ese proceso.

Hace pocas semanas el actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos anunció que empezará diálogos de paz formales con las FARC. Nadie sabe si terminarán como muchos otros intentos frustrados desde los años ochenta. Lo que sea que pase, los terroristas nunca antes habían estado tan cerca de la derrota, y Colombia es un país renacido. Gracias a los esfuerzos de Uribe y sus valientes compatriotas.


Por Álvaro Vargas Llosa
Wall Street Journal
2012

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