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Antiguo 01-12-2014 , 21:17:12   #2
FerguZ
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Kaffeetrinker 2 Respuesta: Discurso de Vladimir Putin en el XIº Encuentro Internacional de Valdai


Sabemos cómo se tomaron esas decisiones y quién ejerce la presión. Pero permítanme llamar su atención sobre esto: Rusia no se doblegará antes las sanciones, ni será lastimada por ellas ni la verán llegar a la puerta de alguien para mendigar ayuda. Rusia es un país autosuficiente. Vamos a trabajar dentro del ambiente económico internacional existente, desarrollar nuestra producción y tecnología y actuar de forma decidida para realizar las transformaciones que sean necesarias. La presión desde afuera, como ocurriera en anteriores ocasiones, sólo tendrán como resultado consolidar nuestra sociedad, mantenernos alertas y concentrados en nuestros principales objetivos de desarrollo.

Las sanciones, por supuesto, son un estorbo. Con ellas intentan hacernos daño, bloquear nuestro desarrollo, aislarnos política, económica y culturalmente; es decir, condenarnos al atraso. Pero déjenme decirles nuevamente que hoy el mundo es un lugar muy diferente. No tenemos la menor intención de encerrarnos, eligiendo un camino de desarrollo cerrado que nos lleve a vivir en una autarquía. Siempre estamos dispuestos al diálogo, incluso para la normalización de las relaciones económicas y políticas. Contamos para ello con las posturas y comportamientos pragmáticos de las comunidades de negocios de los principales países.

Hoy se oye afirmar que Rusia vuelve la espalda a Europa, seguramente se ha oído en el transcurso de esta discusión, y que está buscando otros socios comerciales, sobre todo en Asia. Quiero decir que esto no es así en absoluto. Nuestra política activa en la región de Asia-Pacífico no ha comenzado ayer ni como respuesta a las sanciones, sino que es una política iniciada hace muchos años. Tal como muchos otros países, incluidos los occidentales, nosotros vemos que Asia juega un papel cada vez mayor en el mundo, tanto en la economía como en la política, y no podemos darnos el lujo de subestimar o ignorar estos desarrollos.

Quiero recalcar de nuevo que todos lo hacen, y nosotros lo haremos, tanto más cuando una parte significativa de nuestro territorio está en Asia. ¿Por qué deberíamos abstenernos de utilizar nuestra ventaja competitiva en esta área? Eso sería simplemente miopía, una grave falta de visión a largo plazo.

Desarrollar relaciones económicas con esos países y realizar proyectos conjuntos de integración también crean grandes incentivos para nuestro desarrollo interno. Las actuales tendencias demográficas, económicas, y culturales nos dicen que la dependencia de una única superpotencia disminuirá objetivamente. Esto es lo que los expertos europeos y norteamericanos han estado hablando y escribiendo también ellos.

Probablemente los desarrollos en la política mundial reflejarán los mismos hechos que estamos viendo en la economía global: una competencia fuerte en nichos específicos y frecuentes cambios de líderes en áreas específicas. Esto es enteramente posible.

Es indudable que los factores humanos: la educación, la ciencia, la sanidad, la cultura jugarán un papel creciente en la competición global. Esto, por su parte, impacta fuertemente sobre las relaciones internacionales, porque la eficacia de este soft power ("poder blando") dependerá en gran medida de los logros reales en la formación del capital humano más que en sofisticados trucos de propaganda.

Al mismo tiempo, la formación del llamado mundo policéntrico (también quiero llamar la atención sobre esto, estimados colegas) en y por sí mismo no mejora la estabilidad; de hecho, lo más probable es lo contrario. El objetivo de lograr un equilibrio global se transforma en un complicado rompecabezas, en una ecuación con muchas incógnitas.

¿Qué nos espera, por lo tanto, si elegimos no vivir por esas reglas -aun cuando sabemos que podrían estrictas e inconvenientes- sino vivir sin ninguna regla? Precisamente este escenario es enteramente posible; no lo podemos descartar dadas las tensiones de la situación global. Se pueden hacer muchas predicciones al observar las tendencias actuales, pero por desgracia aquellas no son optimistas. Si no creamos un sistema claro de obligaciones mutuas y de acuerdos, si no construimos un mecanismo de manejo y resolución de las situaciones de crisis los síntomas de anarquía global aumentarán inevitablemente.

Ya hoy en día vemos un rápido crecimiento de las posibilidades de una serie de violentos conflictos con la participación directa o indirecta de las grandes potencias. Y los factores de riesgo incluyen no solo las tradicionales confrontaciones entre países sino también la inestabilidad interna de algunos países, sobre todo de los situados en la intersección de los intereses geopolíticos de las grandes potencias, o en la frontera de las grandes zonas histórico-culturales, económicas y civilizatorias.

Ucrania, de la cual estoy seguro de que se ha discutido mucho y de la que hablaremos aún más, es uno de los ejemplos de este tipo de conflictos que afectan el balance mundial de fuerzas, y creo que está lejos de ser el último. De ahí viene la siguiente amenaza real de destrucción del sistema de acuerdos sobre limitación y control de armas. Y el comienzo de este proceso fie causado por los Estados Unidos cuando en 2002 y de manera unilateral abandonó el Tratado de Misiles Antibalísticos, y después comenzó, y hoy continúa activamente, a crear su sistema misilístico de defensa global.

Estimados colegas, amigos: quiero llamar su atención sobre el hecho de que no hemos sido nosotros quienes comenzaron este proceso. Estamos volviendo a aquellos tiempos en que en lugar del equilibrio de intereses y garantías mutuas era el miedo, el balance de autodestrucción, lo que alejaba a las naciones del conflicto directo. A falta de instrumentos legales y políticos las armas vuelven una vez más al centro de la agenda global. Se utilizan donde conviene y como conviene, sin ninguna sanción del Consejo de Seguridad de la ONU. Y si el Consejo de Seguridad rechaza adoptar tales decisiones, inmediatamente se dice que es un instrumento anticuado e inefectivo.

Muchos estados no ven otras garantías de su soberanía que crear sus propias bombas. Esto es extremadamente peligroso. Somos partidarios de conversaciones continuas, e insistimos en la necesidad de conversaciones para disminuir los arsenales atómicos. Cuanto menos armamento atómico haya en el mundo, tanto mejor. Y estamos dispuestos a las más serias y concretas conversaciones sobre la cuestión del desarme atómico. Pero discusiones serias, sin dobles estándares.

¿Qué quiero decir? Hoy día muchos tipos de armas de gran precisión son, por su capacidad destructiva, casi armas de destrucción masiva. Y en el caso de una renuncia plena al arsenal nuclear o disminución crítica del mismo, el país que ostente el liderazgo en la creación y producción de estos sistemas de alta precisión tendrá una clara ventaja militar. Se romperá la paridad estratégica, lo cual muy probablemente tendrá un efecto desestabilizador y aparecerá la tentación de usar el llamado "primer ataque preventivo global". En una palabra, los riesgos no disminuirán, sino que aumentarán.

La siguiente amenaza evidente es el aumento de los conflictos étnicos, religiosos y sociales. Esos conflictos son peligrosos no solo por sí mismos, sino también porque crean zonas de anarquía, de ausencia de toda ley y de caos, donde se sienten a gusto los terroristas y los criminales, y florecen la piratería y el tráfico de personas y drogas.

Por cierto, nuestros colegas en su momento intentaron dirigir estos procesos, utilizar los conflictos regionales y construir "revoluciones de colores" para satisfacer sus intereses, pero el genio se les escapó de la botella. Parece que ni los padres de la "teoría del caos controlado" saben qué hacer con el caos provocado y cunde la división y las dudas entre ellos.

Seguimos muy de cerca las discusiones en las élites dirigentes y entre los expertos. Basta con leer los titulares de la prensa occidental durante el último año: la misma gente a la que llamaban luchadores por la democracia después son caracterizados como islamistas; al principio hablaban de revoluciones y después de tumultos y revueltas. El resultado es evidente: una mayor expansión del caos global.

Estimados colegas: dada esta situación global es hora de comenzar por acordar sobre ciertas cuestiones de principio. Esto es tremendamente importante y necesario, y es mucho mejor que separarnos y regresar cada uno a su rincón. Tanto más cuando nos enfrentamos a problemas comunes y estamos, como se dice, en el mismo barco. El camino lógico para salir de esta situación es la cooperación entre naciones y sociedades, buscando respuestas colectivas a los múltiples desafíos y una gestión común en el manejo de los riesgos. Claro, algunos de nuestros socios, por algún motivo, solo se acuerdan de esto cuando conviene a sus intereses.

La experiencia práctica muestra que las respuestas conjuntas a los problemas no son siempre una panacea; por supuesto, hay que reconocerlo. Además en la mayoría de los casos son difíciles de conseguir: no es fácil superar las diferencias en los intereses nacionales y la subjetividad de los diferentes enfoques, sobre todo cuando se trata de países con una tradición cultural e histórica diferente. Pero hay ejemplos que demuestran que cuando hay objetivos comunes y actuamos en base a criterios unificados podemos conjuntamente lograr éxitos reales.

Permítanme recordarles la solución del problema de las armas químicas en Siria, el diálogo sustantivo sobre el programa nuclear iraní y nuestro trabajo en la cuestión norcoreana, que también ha tenido algunos resultados positivos. ¿Por qué no utilizar toda esta experiencia tanto para la solución de problemas locales como globales?

¿Cuál debería ser el fundamento legal, político y económico del nuevo orden mundial que garantice la estabilidad y seguridad, que garantice la sana competencia y no permita la formación de nuevos monopolios que bloqueen el desarrollo? Es poco probable que alguien pueda ahora dar una respuesta ya hecha, absolutamente exhaustiva, a esta cuestión. Se necesita un largo trabajo con la participación de un amplio círculo de países, empresas globales, sociedades civiles y de foros de expertos como el nuestro.

Sin embargo es evidente que el éxito y un resultado real solo será posible si los participantes clave de la vida internacional pueden armonizar sus intereses básicos, sobre la base de una lógica autolimitación, y dan un ejemplo de liderazgo responsable y positivo. Hay que definir claramente hasta dónde pueden llegar las acciones unilaterales y dónde y cuándo deben aplicarse mecanismos multilaterales. Y para mejorar la efectividad del derecho internacional debemos resolver el dilema entre las acciones de la comunidad internacional para garantizar la seguridad y los derechos humanos y el principio de la soberanía nacional y la no injerencia en los asuntos internos de los países.

Ese tipo de colisiones llevan cada vez más a menudo a la injerencia extranjera arbitraria en procesos internos muy complicados, y una vez tras otra provocan peligrosos conflictos entre los principales actores mundiales. El mantenimiento de la soberanía es un elemento supremamente importante para el mantenimiento y reforzamiento de la estabilidad mundial.

Está claro que la discusión sobre los criterios de utilización de la fuerza externa es muy complicada; es casi imposible separarla de los intereses de los diferentes países. Sin embargo es bastante más peligrosa la falta de acuerdos comprensibles por todos, ccuando no se establecen claramente las condiciones para que la injerencia sea necesaria y legal.

Añado a lo anterior que las relaciones internacionales deben construirse sobre el derecho internacional, en cuya base deben estar principios morales tales como la justicia, la igualdad y la verdad. Quizás lo más importante sea el respeto al socio y sus intereses. Es una fórmula obvia, pero que si se sigue puede cambiar de raíz la situación en el mundo.

Estoy seguro de que si existe voluntad podemos restablecer la efectividad del sistema de instituciones internacionales y regionales. No es necesario ni siquiera construir algo nuevo desde cero, esto no es un "greenfield", un terreno virgen, tanto más cuando las instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial son universales y pueden ser llenadas con contenidos modernos, adecuados para manejar la situación actual.

Esto es verdad en relación al mejoramiento del trabajo de la ONU, cuyo papel central es insustituible. Y de la OSCE, el Organismo para la Seguridad y la Cooperación Europeas, que a lo largo de 40 años ha probado ser un mecanismo para garantizar la seguridad y la cooperación en la zona euroatlántica. Hay que decir que ahora mismo, en la solución de la crisis en el sureste de Ucrania, la OSCE juega un papel muy positivo.

A la luz de los cambios fundamentales en el ambiente internacional, la creciente ingobernabilidad y las diferentes amenazas nos obligan a forjar un nuevo consenso entre las fuerzas responsables. No se trata de cualquier acuerdo local, o de una separación de esferas de influencia al estilo de la diplomacia clásica, o de la dominación completa y global de algún actor. Creo que se necesita una nueva versión de la interdependencia. No hay que tenerle miedo. Al contrario, es un buen instrumento para armonizar posiciones.

Esto es particularmente relevante si se toma en cuenta el fortalecimiento y crecimiento de determinadas regiones del planeta, lo que comporta la exigencia objetiva de institucionalizar la existencia de dichos polos creando potentes organizaciones regionales y elaborando normas para su interacción. La cooperación entre estos centros otorgaría una fuerza considerable a la seguridad mundial, a la política y la economía. Pero para conseguir éxito en tal diálogo hay que partir del supuesto de que todos los centros regionales y los proyectos de integración nacidos a su alrededor deben tener idéntico derecho a desarrollarse, de modo tal que puedan complementarse mutuamente y nadie pueda forzarlos a incurrir en conflictos u oposiciones artificiales. Acciones destructivas de este tipo romperían las relaciones entre estados, y ellos mismos atravesarían por situaciones muy difíciles, incluso llegando hasta su propia destrucción.

Quisiera recordarles los sucesos del año pasado. Entonces les dijimos a nuestros socios, tanto a los americanos como a los europeos, que decisiones apresuradas y a escondidas sobre, por ejemplo, la asociación de Ucrania a la Unión Europea, comportaban grandes riesgos. No dijimos nada sobre política, hablábamos solo de economía y decíamos que tales pasos, realizados sin ningún acuerdo previo, afectaba los intereses de muchas otras naciones, incluyendo a Rusia como el principal socio comercial de Ucrania, y que una amplia discusión sobre estos temas era necesaria. Por cierto, les recuerdo en relación con esto que el ingreso de Rusia, por ejemplo, a la OMC demandó 19 años. Esto supuso un duro trabajo, pero se consiguió un consenso.

¿Por qué traigo este tema a colación? Porque en la implementación del proyecto de asociación con Ucrania nuestros socios vendrán hacia nosotros ingresando sus bienes y servicios por una puerta trasera, para decirlo de algún modo, y nosotros no estamos de acuerdo con esto y nadie nos preguntó que opinábamos sobre esto. Tuvimos discusiones sobre todos los temas relacionados a la asociación de Ucrania con la UE, pero quiero recalcar que eso tuvo lugar de una manera totalmente civilizada, indicando los problemas posibles, mostrando argumentos y razones. Nadie quiso escucharnos ni hablar con nosotros, simplemente nos decían: "esto no es asunto vuestro; punto; fin de la discusión." En lugar de un diálogo amplio y comprehensivo, pero, subrayo, civilizado, la controversia tomó otro rumbo y desembocó en un golpe de estado, llevaron al país al caos y el colapso económico y social y provocaron una guerra civil con muchísimas víctimas.

¿Por qué? Cuando pregunto a mis colegas por qué, no hay respuesta. Nadie responde nada, es así, punto. Todos quedan sin respuesta, o dicen que eso fue lo que sucedió. Pero si no se hubieran alentado tales acciones y actitudes y las cosas no habrían ocurrido como ocurrieron. Después de todo (ya hablé de esto) el anterior presidente de Ucrania Viktor Yanukóvich había firmado y aceptado todo. ¿Para qué hubo que hacer todo esto, qué sentido tuvo? ¿Es esta una forma civilizada de resolver las cuestiones? Parece que aquellos que organizan más y más "revoluciones de colores" se consideran a sí mismos unos "artistas geniales" y no pueden parar.




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