Editorial: Llegó el Mundial
Estamos a días del evento deportivo más esperado del planeta, en el país más futbolero de todos.
EDITORIAL
2:08 a.m. | 8 de junio de 2014
Fútbol hubo, aunque así no lo llamaran, desde el principio de las civilizaciones. Fue en la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, cuando los rudimentarios juegos de pelota –valga decir: de pelota lanzada con los pies– comenzaron a ser cosa seria. Una vez unificadas, por los ingleses, las reglas de los diferentes intentos del fútbol, empezaron a darse los partidos internacionales, se fundó, en 1904, la Federación Internacional de Fútbol Asociado (Fifa), y llegó, en 1908, el importantísimo reconocimiento como “deporte olímpico oficial”. La primera Copa Mundial, exitosa a pesar de mil problemas, sucedió en Uruguay en 1930. Desde entonces ha habido dieciocho más. Y es un lugar común llamar al fútbol “el mejor espectáculo del mundo”.
Este preámbulo para decir que estamos apenas a unos días de que comience, en Brasil, el Mundial del 2014, el evento deportivo más esperado del planeta, por supuesto, en el país más futbolero de todos: la selección brasileña no solo es la única que se ha llevado cinco veces el campeonato, sino el equipo con el que Pelé, el llamado rey del fútbol, jugó aquellos partidos que con el paso de la historia han ido ganando –en la memoria romántica de los fieles– estatura de míticas batallas. Se juega el Mundial, pues, en la capital del fútbol. Y eso lo carga de significado. Pero al mismo tiempo pone los reflectores sobre una tierra marcada por las desigualdades, que, a las puertas del torneo, se ha convertido en escenario de importantes manifestaciones.
Siete organizaciones sociales del país, desde el temido movimiento ‘Bloque Negro’ hasta la comunidad virtual ‘No habrá copa’, han anunciado protestas durante lo que dure el campeonato. Tanto el gobierno local como la Fifa han declarado su preocupación, pero han anunciado que nada detendrá el pitazo inicial del Mundial del 2014. El argumento de ambos es claro: siempre será cierto que no se han dado todas las conquistas sociales que tendrían que haberse dado, siempre estará en mora, cualquier gobierno, de equilibrar los presupuestos, pero el fútbol en Brasil justamente ha sido mucho más que esparcimiento: ha sido empleo, producto de exportación, sitio de reivindicación social.
Ha llegado, en cualquier caso, la Copa Mundo número 20. Y la mitad del planeta, unos 3.300 millones de personas, según las cifras del 2010, se preparan para vivir un paréntesis de un mes en el que los 32 mejores equipos –y los mejores jugadores del mundo– pondrán en marcha el rito de la búsqueda del trofeo más importante de todos. Lo que se experimentará en Colombia en las semanas que vienen, esa emoción que levanta el ánimo de los colombianos, aquellos movimientos innegables que revitalizan el comercio, y la inspiración y los recuerdos que recibirán millares de niños y de jóvenes aficionados, se vivirá en todos los países de la Tierra. Pero en nuestra nación, que sigue siendo asediada por tantas violencias de tantos fusiles y que soporta hoy la polarización propia de las campañas presidenciales, resulta de especial importancia que comiencen las acciones. No se trata de levantarle cortinas de humo a lo malo. Se trata de rescatar, del hoyo comprensible del pesimismo, todo lo bueno que tenemos.
El camino fue arduo. Luego de un comienzo accidentado en la fase de clasificación al Mundial, que condujo a la búsqueda de un gran director técnico que les revivió a los jugadores el amor propio, la Selección Colombia recobró su estatura de símbolo que une a los colombianos y que de paso prueba a las demás naciones que nos miran que en este lugar del planeta –como en todos– sucede lo feo, lo malo y lo bueno. Nuestro equipo está conformado, hoy, por veintitrés jugadores de primera que han hecho sus carreras en las principales canchas de las principales ligas futboleras de Europa y América Latina. Son, sin duda, profesionales ejemplares.
Con ellos superamos una espera que ha sido larga: han pasado 16 años y tres eliminatorias desoladoras desde la última vez que una escuadra nacional enfrentó el reto de disputar una copa mundial. Siguen en la memoria esos estupendos equipos, dirigidos por Francisco Maturana y Hernán Darío Gómez, que le dieron una identidad al fútbol colombiano, compitieron de igual a igual con las grandes selecciones de la década de los novena y llenaron de todas las emociones posibles a los aficionados del país. Jugadores como Carlos Valderrama, Faustino Asprilla, Freddy Rincón, Leonel Álvarez o René Higuita, geniales y polémicos, brillantes y desconcertantes, siguen siendo objeto de orgullo de una punta a la otra de nuestro mapa.
Sigue presente, también, la triste figura de uno de los futbolistas más admirables que ha dado Colombia: el central Andrés Escobar. Que en ese entonces aceptó el reto de escribir una columna especial para este diario. Y que hace ya una generación fue asesinado de manera cobarde luego de cometer un autogol en el segundo partido del Mundial de 1994.
Sirva nuestro regreso al Mundial, pues, para recordarlo a él, para celebrar a los cracks que hemos tenido y a los que ahora tenemos, para decirles que llevan en esa camiseta la fe de todo un país que los respalda. Y, en fin, para recordar que es labor esencial de cualquier nación hallar los propósitos que unen a sus ciudadanos.
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